sábado, 17 de mayo de 2008

La sociedad del espectáculo

Sería bueno empezar a discutir sobre el mayo francés, aquella
revolución que por estos dias cumple 40 años y que todos los medios
reivindican
¿¿Por que sera eso??
Sería bueno preguntarselo y empezar a escuchar voces que analizan
aquellos años de rebeldia juvenil y donde todo era posible, incluso
hasta que la imaginación tomará el poder no??
En donde quedaron aquellos jóvenes revolucionarios?? Aquellas
consignas aún siguen siendo válidas?? Nuestros mayores, es decir
nuestros padres, fueron coherentes con aquel espiritu rebelde o se
conviertieron en lo que criticaban??
Preguntas que seguramente no tienen una respuesta pero que esta bueno
aunque mas no sea enunciarlas. Para empezar si es posible el debate o
la polemica el texto que a continuación sigue.
Y para seguir pensando les recomiendo ver la pelicula Los amantes
regulares de Philippe Garrel en donde un ferviente joven de aquel mayo
galo da su versión de los hechos contestandole a aquellos que lo ven
como algo glorioso y festivo. En realidad le contesta a Bertolucci y
su edulcorada vision de Los soñadores.

El mayo de nuestra juventud
Eduardo Mendoza

En estas fechas se cumplen cuarenta años del Mayo del 68 y con este
motivo se publican libros y artículos que no parecen despertar grandes
pasiones. Incluso quienes vivimos aquellos sucesos de lejos, pero en
tiempo real, los recordamos hoy como algo más curioso que sustancial,
y un cierto pudor nos vacuna contra la nostalgia. Lo mismo, aunque con
menos frialdad, sucede en Francia, donde los comentarios desdeñosos de
Nicolas Sarkozy sobre la efeméride fueron tenidos por una falta de
respeto, pero no un error de juicio.

Ciertamente, pocos acontecimientos históricos son más fáciles de
desacreditar que aquellas jornadas, que ya en su momento provocaron el
rechazo de la derecha y el recelo de la izquierda, y de las que, en
definitiva, sólo se conservan unos pocos lemas ingeniosos ("prohibido
prohibir", "bajo los adoquines la playa", etcétera) considerablemente
desgastados por la reiteración. La generación siguiente, que no guarda
memoria directa de los hechos y que, en buena medida, hoy ostenta el
poder, mal puede tener otra imagen que la de unos hijos de papá
irresponsables y desnortados que se comportaban como si estuvieran
reviviendo la Revolución Francesa, mientras otros enfrentamientos más
trascendentales y mucho más arriesgados tenían lugar en Praga, en
México, en Polonia o en Memphis, Tennessee. Por no hablar de Vietnam.
Lo cual, por otra parte, resulta irrelevante, porque las cosas no se
hacen para competir por un lugar en el podio de la perspectiva
histórica. Pero lo cierto es que en el Mayo de París los grandes
acontecimientos mundiales no estuvieron presentes, o lo estuvieron de
un modo tangencial y complementario. La revuelta de París, al margen
de las proclamas grandilocuentes, obedecía a causas más bien
burguesas. Con la prosperidad y la seguridad imperantes en Europa, la
población estudiantil no sólo había desbordado las posibilidades
materiales del sistema educativo, lo que en parte motivaba la
protesta, sino que se había convertido en una auténtica clase social
independiente de su extracción. Los estudiantes, que ya no
representaban a la clase dirigente del país, habían perdido el sentido
de la responsabilidad individual y adquirido una novedosa sensación de
fuerza, no sólo numérica, sino como representantes de todos los
estratos de la sociedad. Los hijos de la alta burguesía rechazaban
todo lo que representaban sus padres, mientras que los hijos de las
clases inferiores, ascendidos a la categoría de estudiantes,
menospreciaban a los suyos. Mayo del 68 fue, en esencia, una revuelta
juvenil, seguramente la primera de la Historia, y por esta razón pilló
desprevenidas a las jerarquías de todo tipo, incluidas las
intelectuales y las familiares, que se limitaron a mover la cabeza con
una mezcla de indulgencia y desdén, no exenta de temor ante lo que
parecía ser una pérdida irreversible de su autoridad moral. Sólo el
Gobierno francés supo conservar la calma y acabó aprovechando los
sucesos para hacer una demostración de solidez y tolerancia. Los
enfrentamientos callejeros fueron violentos, pero no hubo muertos ni
represalias ni se practicaron torturas o abusos. Todo lo que pasó,
pasó a la vista del público.

Al final, la cosa acabó como tenía que acabar. Al concluir el mes de
mayo las calles de París fueron tomadas de nuevo por una ingente
multitud que manifestaba su apoyo al Gobierno y al orden existente. A
renglón seguido la policía desalojó las universidades, los obreros en
huelga volvieron al trabajo y los estudiantes remolonearon hasta que
empezaron las vacaciones de verano. En las elecciones celebradas poco
después, el partido conservador obtuvo un triunfo aplastante que
mantuvo durante muchos años. A la vista de estos resultados y de otros
inmediatamente posteriores y más brutales, como la Primavera de Praga,
los jóvenes del mundo llegaron a la conclusión de que todos los
sistemas eran inamovibles. No era cierto, como se vio al cabo de poco
en Portugal, en España y en los países del Este, pero en el 68 cundió
el desaliento. Algunos siguieron defendiendo sus principios integrados
en el sistema parlamentario, otros se decantaron brevemente por la
lucha armada, los más volvieron a la rutina cotidiana y unos cuantos
se convirtieron en una nueva élite arrogante, ostentosa y sin
escrúpulos e instauraron la ética del todo vale y del pelotazo.

De la revuelta quedó el rechazo generalizado de cualquier forma de
autoridad, que sólo se tradujo a la realidad en el campo de la
educación, por la mala conciencia de los padres y la debilidad de
quienes representaban el poder en este campo, es decir, los pobres
maestros. En el fondo, la subversión no iba mucho más lejos. El
desafuero característico de aquella década de sexo, drogas y rock and
roll, barbas y melenas y atuendos estrafalarios, vino luego, del otro
lado del Atlántico. Los chicos de Mayo del 68 llevaban corbata y las
chicas eran modosas. Pero eran decididamente jóvenes, en la medida en
que la juventud había dejado de ser una etapa de la vida para
convertirse en una identidad. Una identidad con fecha de caducidad,
ciertamente, pero, como todas las identidades, incompatible y
excluyente. Después de Mayo del 68 se abrió una brecha insalvable
entre los jóvenes, que encarnaban lo bueno, y los mayores, que
encarnaban lo malo. A esta brecha, sincera en su planteamiento y hasta
cierto punto lógica por razones sociológicas, se apuntó de inmediato
una industria dispuesta a satisfacer a una nueva clase consumidora con
bastante poder adquisitivo, todavía sin responsabilidades familiares
y, en consecuencia, muy poco previsora a la hora del gasto.

Los que entonces seguíamos los acontecimientos desde España a través
de un denso velo de censura estábamos perplejos. De inmediato nos
solidarizamos con la rebeldía, aunque por causas equivocadas. El que
vive sucesos de un modo vicario suele ver lo que no hay y adaptar lo
que hay a sus propias circunstancias. A decir verdad, en España buena
parte de la autoridad académica estaba al lado de los estudiantes y a
menudo sufría iguales o mayores represalias, los padres se mostraban
bastante tolerantes con nuestras modestas rebeldías y la cultura
oficial se había desautorizado sola. Pero cualquier forma de combatir
la autoridad nos parecía digna de ser apoyada. En el plano teórico
hicimos lo que pudimos: leer a Althusser, a Marcuse, a Lukács y a
Erich Fromm; en el práctico, seguir conspirando y manifestándonos y
recibiendo alguna que otra tunda.

En última instancia, el Mayo del 68 tuvo lugar en París y sólo en
París. No fue en rigor un movimiento revolucionario, sino la puesta en
escena de una serie de tendencias. También fue, seguramente, el primer
acontecimiento retransmitido por las televisiones de todo o casi todo
el mundo, con lo que inauguró la era virtual en la que aún estamos. En
todos estos sentidos inauguró una época y, pese a todo, estuvo bien.
Sus defectos y sus limitaciones fueron al mismo tiempo sus principales
virtudes. Desde otro punto de vista, marcó sin saberlo el fin de las
grandes ideologías, especialmente del marxismo, que ya no volvió a
levantar cabeza, y también marcó el final de París como capital
intelectual del mundo, un título que se había ganado justamente desde
los tiempos de la Ilustración, pero que ahora cedía sin rechistar a
Londres y a Nueva York. Entonces era inimaginable, pero París pronto
dejaría de ser el maître à penser, el epicentro de los movimientos
artísticos, literarios, teatrales y cinematográficos, e incluso el
árbitro de la moda y de la gastronomía. Con este ocaso se fue también
el recuerdo del Mayo del 68. Lo que tuvo de apolítico determinó su
persistencia en el terreno de las actitudes sociales y personales.
Quienes lo vivimos, dentro o fuera, nos hemos convertido, como en la
canción de Jacques Brel, en los denostados mayores ante cuyas narices
voceábamos consignas irrealizables. Tal vez los jóvenes de hoy
deberían tomar ejemplo. No sé muy bien de qué, pero ejemplo.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario