lunes, 24 de noviembre de 2008

Sesenta años de Misterix: el recuerdo de Juan Sasturain.

Comparto con uds esta bella nota de Juan Sasturain sobre el
aniversario de un hito en la historieta argentina. Para conocerla y
después buscar y bucear por la revista.
Buen lunes.

Arte de ultimar
Misterix, el nombre más fuerte
Por Juan Sasturain
En estas semanas se cumplieron sesenta años de la aparición de una de
las revistas más importantes y uno de los nombres/marcas más
sugestivos de la historia de la historieta argentina: Misterix. Y lo
recordamos más, acaso, porque es algo que tiene que ver con nuestra
propia historia de lectores infantiles primero, de maduros escritores
después. Hay una pila atómica (la del "hombre de acero") que mantiene
la energía intacta de nuestra memoria afectiva.

Fue en el primer tercio de la década del cuarenta, en plena Segunda
Guerra Mundial, cuando se instaló en la Argentina Editorial Abril. Su
fundador fue Cesare Civita, un emigrado judeoitaliano que llegó a
Buenos Aires –vía Nueva York– escapando del fascismo. Hombre con gran
experiencia en la industria editorial de su país, obtuvo la
representación de Walt Disney, empezó a explotar sus personajes y a
publicar literatura infantil. Terminada la contienda universal, se
volcó al mercado de las revistas de historietas. Así nacieron,
sucesivamente, las exitosas Salgari, Cinemisterio, Misterix y Rayo
Rojo. Para proveerlas, Civita fundó el sindicato Sudameris –a la
manera norteamericana–, tradujo gran parte de la producción de los
jóvenes creadores italianos de posguerra e invitó a algunos de ellos a
trabajar en la Argentina. Así llegaron a Buenos Aires, en 1950, los
dibujantes Mauro Faustinelli, Hugo Pratt e Ivo Pavone (que en estos
días, casualmente estará de visita tras muchos años en la Argentina),
y el guionista Alberto Ongaro. Otros, como Dino Ba-ttaglia y Paul
Campani –que también publicaban en las revistas de Civita–, nunca
viajaron. El cruce de estos autores con algunos de los por entonces
noveles creadores argentinos –el guionista Oesterheld, los
jovencísimos dibujantes Solano López, Zoppi, Vogt y Carlos Cruz– fue
muy productivo.

Los semanarios de historietas de Abril –sobre todo Misterix, que
apareció en septiembre de 1948, y la pequeñísima Rayo Rojo– fueron,
durante la primera mitad de la década del cincuenta, el espacio
gráfico en que se expresó la aventura moderna, con temas
contemporáneos, de clara influencia norteamericana pero con rasgos
propios. Se seguía con el concepto de "continuará", pero el relato
gráfico soslayaba la pesadez del folletín tradicional y los guiones
apuntaban a un lector más maduro y exigente.

En la revista y en el personaje insignia de Abril, Misterix, lo
primero que seducía era el nombre. Sólo con el tiempo descubrimos que
se trataba de la versión fonética de "Mister X". Los chicos de
aquellos años cincuenta no sabían (sabíamos) inglés. La revista era
apaisada y tenía la particularidad de que las historietas comenzaban
directamente en la tapa, donde estaban los únicos y habitualmente
desfasados colores. No siempre con la misma: a veces era Misterix, de
Campani y Ongaro, a veces El Sargento Kirk, de Pratt y Oesterheld; a
veces Bull Rockett, de Campani y Oesterheld, y también –pero menos–
Fuerte Argentino, de Ciocca y Julio Almada. Con el tiempo, al
retirarse Campani, Eugenio Zoppi pasó a dibujar Misterix y Solano
López se hizo cargo de Bull Rockett.

Tanto el personaje de Misterix, como el efímero Asso di Piche de
Battaglia-Pratt –rebautizado As de Espadas en la Argentina– habían
nacido en Italia y eran versiones más o menos logradas del modelo de
superhéroe yanqui. Los jóvenes autores italianos que habían sufrido la
censura de la producción norteamericana en sus revistas durante el
fascismo volvieron a esos temas y personajes en cuanto pudieron. La
influencia de Caniff, de Eisner, de los héroes de Lee Falk –The
Phantom, Mandrake– es evidente.

De esos héroes, Misterix fue, a la larga, si no el mejor, el único que
sobrevivió, aunque con muchas transformaciones. El personaje, de
origen más o menos gótico y sombrío en los inicios en la revista
Salgari, derivó a aristócrata inglés colaborador habitual de Scotland
Yard. Lo fundamental siguió siendo la apariencia imponente y el rasgo
de modernidad tecnológica: el traje hermético e incombustible y la
pila atómica que emitía rayos multiuso operada desde el centro de su
cinturón. El dibujo de Zoppi tuvo la rigidez y eficaz simplicidad de
las historias.

Bull Rockett, primer personaje importante de Oesterheld, fue
construido por encargo y para competir con héroes aviadores de
posguerra como el Steve Canyon, de Caniff, y el Johnny Hazard de Frank
Robbins. Tenía la cara de Burt Lancaster –entonces de moda– y fue
pronto mucho más que el original piloto de pruebas del encargo para
convertirse en científico atómico, hombre de acción y eje de un grupo
aventurero heterogéneo –Bull, Bob y Pic– que sería después la marca de
fábrica del guionista. Precisamente, en El Sargento Kirk, ya con Hugo
Pratt en su primer gran trabajo de aliento, un Oesterheld aún
literario en demasía desarrollaría con plenitud su concepto de la
Aventura (así, con mayúscula) como desafío interior, existencial, y no
mera peripecia, y la idea del Héroe colectivo, una constante en su
trabajo posterior.

En Rayo Rojo, simultáneamente, mientras se instalaba como un clásico
perdurable el anónimo Colt Miller –que no era otro que el Tex Willer
del italiano Sergio Bonelli, que aún hoy sigue...– nacían personajes
perdurables como El Indio Suárez, de Oesterheld-Fleixas (luego Cruz),
historia de un boxeador criollo que accede a pelear por el título del
mundo, deviene manager y se mueve habitualmente en ese submundo; y el
elegante detective Mark Cabott, de Ongaro y el jovencísimo Carlos
Vogt.

La modernidad que les daban a sus historias los dibujos de Pratt,
Solano López y el resto –vigorosos, cinematográficos– y los originales
guiones de Oesterheld y Ongaro hicieron que Misterix y Rayo Rojo
fueran líderes, en un mercado en que las revistas de historietas
semanales se contaban por docenas y los ejemplares vendidos en cientos
de miles. Esos "años de Misterix", primera mitad de los cincuenta,
fueron parte del epicentro de la Epoca de Oro de la historieta de
aventuras argentina, un período que se extiende desde la aparición de
Patoruzito, en 1945, a la desaparición definitiva de esta misma
reciclada y ya desfasada Misterix hacia 1964.

Tal vez me acuerdo de todo esto porque charlé en estos días con Solano
López, que acaba de cumplir ochenta años y sigue laburando como si
nada, como si todo. Glorioso sobreviviente de una revista y de una
época especiales: ni antes ni después hubo semejante conjunción y
proliferación de medios, creadores y público.

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