sábado, 1 de noviembre de 2008

No califica: una de las sutiles maneras de decir " no existís"

Para pensar cuantos en nuestras sociedades no califican para tantas cosas.
Y como, nosotros, cada vez más dejamos a gente cercana, amiga o
simplemente compañero/a de trabajo sin calificar por no cumplir con
requisitos indispensables.
Una nota de la " gran" Sandra Russo que para algunas buenas
conciencias progres tampoco calificaría, pero para mí si.
Buena noche de sábado y mejor domingo. Y disfruten al menos de ese
mural hermoso de Diego Rivera Sueño de una tarde dominical de 1947 que
incluye a todos los que uno, de alguna forma u otra admira. Una forma
de celebrar el Día de los Muertos y un homenaje directo a la cultura
mexicana.
Gracias a la amiga Sonia por compartir el texto y por calificar entre
mis muy buenos amigos.

No califica
Por Sandra Russo
"Me avergüenza esta ley, me avergüenza vivir en un país en el que se
confabule como al descuido contra los más débiles: en pocos años,
millones de personas padecerán el desamparo al que los somete la ley
provisional, mientras las aseguradoras se ahorrarán millones de
dólares en pensiones a las que la gente no tendrá derecho. Cláusulas
oscuras como ésta no son otra cosa que síntomas de descomposición,
estrategias de avaricia, señales de barbarie disfrazadas en spots
publicitarios en los que las AFJP apelan a las palabras tranquilidad,
seguridad y confianza. Da asco."

Jueves 24 de julio de 1997. Hacía ya tres años que el menemato nos
había tirado por la cabeza el régimen de capitalización. Todavía en
ese momento a las AFJP yo les decía las JFK. Todavía la sigla no se
había naturalizado. Y ya los abusos del engendro eran así.

Ricardo, mi marido y el padre de mi hija, había muerto a los 38 años
hacía un mes cuando la contratapa titulada "Autónomos" fue publicada
en este diario. Yo no estaba trabajando en esta redacción. Cuando
descubrí la trampa, llamé al director de PáginaI12 y le pedí que
publicara esa nota. El accedió.

En ella contaba que cuando había ido a averiguar sobre la pensión para
mi hija a la AFJP a la que estaba afiliado su padre, una asistente
social me había dicho, después de mirar en la pantalla: "Qué lástima,
querida. Tu marido no califica".

Ricardo era autónomo. Había pagado la cantidad de cuotas necesarias,
pero no lo había hecho consecutivamente. Se había atrasado dos o tres
cuotas y después las había pagado juntas, cuando le pagaron a él. El
sentido común que rige las acciones de los trabajadores autónomos. Eso
me hizo perder el derecho a la pensión. No lo sabía. Ricardo no sabía
que dejaba a su familia sin pensión si no pagaba las cuotas
consecutivamente. Nadie lo sabía. No se había dicho. No constaba en
los folletos que repartían las AFJP. Era un secreto que se aprovechó
para dejar a miles de personas sin derechos. Me enteré de que hubo
casos de viudas que se endeudaron para pagar la deuda provisional y
acceder a la pensión, como se había hecho siempre en el régimen de
reparto. Las AFJP cobraban la deuda sin aclarar que después no habría
pensión.

La fui a ver a María América González. Entre la difusión que le dio
ella por televisión y la contratapa que escribí y publicó este diario,
se armó un revuelo en la Cámara de las AFJP. Un abogado que se
sensibilizó con mi nota me llamó para contarme que hubo una reunión de
directorio en la que cada miembro tenía una fotocopia de la
contratapa. Poco después recibí un llamado: eran los representantes de
la Cámara que estaban interesados en hablar conmigo personalmente.

Recibí a cinco hombres de traje en mi oficina. Lo que escuché me
espantó: ellos me comprendían, ellos estaban de acuerdo conmigo, ellos
sabían que la ley era demasiado amplia, ellos no negaban eso, todo lo
contrario, ellos se ofrecían a acompañarme si yo presentaba una
denuncia contra la ley por inconstitucionalidad, ellos sabían que
tenían beneficios que eran inconstitucionales, ellos sabían que tarde
o temprano pasaría, conmigo o con cualquier otro, ellos no se
opondrían, ellos eran flexibles.

En aquel momento, por los caminos que fue tomando mi duelo, no seguí
adelante con esa denuncia. No tuve fuerzas. Pero en el siguiente
folleto vi que aparecía esa cláusula en tipografía legible. Y al poco
tiempo, alguien advirtió lo que era evidente. El régimen se
flexibilizó a sí mismo, a conciencia de que la ley le había sido
regalada, que el dinero de los trabajadores y la vejez de nuestra
gente les habían sido concedidos, como un territorio colonial, a un
grupo de empresas privadas.

Hoy releo el párrafo con el que empecé esta nota, que era el párrafo
final de aquella contratapa del '97, y vuelvo a experimentar la misma
náusea.

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