realizarán en la Escuela de Ciencias de la Información de la UNC los
días lunes 27 y martes 28 de octubre de 2008 organizadas por obra y
gracia de mi gran amiga María Paulinelli junto a un grupo de
entusiastas jóvenes que confían en el poder de la palabra, el
periodismo bien hecho y la buena literatura.
A partir de hoy comienzan dos días de homenaje a la figura que
representa Osvaldo Soriano como escritor, periodista e intelectual.
La idea es recordarlo en su múltiples tareas y reivindicar su figura
en el panorama de la cultura argentina.
En la Escuela de Ciencias de la Información un grupo de entusiastas
reflexionarán, debatirán y crearán en torno a su figura y su
producción literararia.
Es por eso que invitamos a todos desde aquí a participar de las mismas
durante lunes y martes, y fundamentalmente, a leer la obra de Osvaldo
Soriano un GRANDE de nuestras letras y un escritor injustamente
marginado y, muchas veces, olvidadado.
Sumándonos a estas Jornadas y el espíritu que éstas tienen dejamos
aquí una despedida a 10 años de su injusta partida.
Por esas cosas de la vida nos quedan sus libros, sus notas
periodísticas y sus anécdotas que son de película. Y eso debemos
tenerlo en nuestra biblioteca porque son un antídoto para cualquier
mal que nos ronde.
Buen lunes y aguante Osvaldo desde donde quieras que estés.
A diez años de un largo adiós
Por Francisco N. Juárez
El próximo lunes 29 de enero, una breve ceremonia en el Cementerio de
la Chacarita evocará al consagrado escritor frente al nuevo sepulcro
que recientemente le destinó el gobierno de la ciudad de Buenos Aires.
El decreto 1201 del gobierno de la ciudad de Buenos Aires del 23 de
agosto pasado asignó un triángulo del Cementerio de la Chacarita –sin
bóvedas ni tumbas, pero arbolado con añosos eucaliptos– para el nuevo
emplazamiento de los restos mortales de Osvaldo Soriano, sepulcro que
quedará inaugurado el próximo lunes 29 a las 11 (hora a confirmar)
durante una breve ceremonia a la que, según lo programado, asistirá su
viuda Catherine Boucher y Manuel, el hijo de ambos, además de colegas
y amigos del periodista y escritor, altas autoridades comunales,
representantes de las distintas manifestaciones del mundo cultural y
popular, sus fieles lectores y seguidores que también lo son de su
amado San Lorenzo de Almagro. En la misma fecha, canal (á) emitirá un
programa especial dedicado a su memoria que grabó la producción de
Román Lejtman.
Ese día se cumplirá una década desde que, a los 54 años, Osvaldo
Soriano emprendió su viaje definitivo. Pero en realidad se quedó entre
nosotros. Como hacía en sus pocas, trasnochadas, pero memorables
visitas a sus amigos más íntimos, se apoltronó sin pudor por su leve
obesidad y ese proverbial desdén que mantuvo por toda pituquería
(cierta vez, exigido por un acto protocolar, pidió un traje y partió
de casa brotado de tics y muecas de incomodidad anudándose malhumorado
la corbata frente al espejo del ascensor).
Con mejores humores y su charla amena, quedó instalado no sólo en la
memoria de quienes compartimos con él casi treinta años de amistad,
redacciones, viajes, bohemia y la vigilia del último tramo de su
agonía, sino que su figura –y sobre todo sus libros– pasó a ser la
pertenencia de millares de lectores de buena parte del planeta. Para
siempre y en todos los idiomas.
Plantado frente a la computadora, releyendo los últimos párrafos y
maldiciéndose por los errores cometidos, distribuía a ciegas caricias
alternativas a su propia calvicie, a algún gato trepado a su falda o a
la rubia cabeza del pequeño Manuel, ahora a punto de cumplir
diecisiete años.
Los resultados impresos demuestran que Soriano se ingenió ya desde su
magro celibato para reclutar esa inmensa legión de seducidos por el
desparpajo atrapante de su prosa o las imágenes sugeridas por los
personajes novelescos tan impredecibles y a la vez hechos a la medida,
audaz y atropellada, con que treparon a la pantalla de la
cinematografía nativa.
Periodista implacable y polémico, narrador cautivante, novelista que
ganó la indiferencia académica y el desdén de cierta crítica, pero
abrumadoramente exitoso, sobrevive en la seguridad de que ya "no habrá
más pena ni olvido" porque su "triste, solitario y final" no acongoja
sino que lo resucita por cada página suya, agigantado.
Sobrevive y reina desde una sonrisa socarrona y el habano enarbolado
en una mano, aunque él haya sucumbido en la guerra del tabaco, y
porque los humos que le dictaron la sentencia jamás se le subieron a
la cabeza, esa soberana redondez, cobija de sus ideas claras y nada
vacilantes, por ejemplo, en la condena a la dictadura militar o en los
oprobios que encontró en la historia no contada del Mayo inicial y
revolucionario, cabeza o techo calvo brillante para guarecer tanto
ingenio retratado en los diálogos desopilantes de los protagonistas de
sus libros.
Todo eso porque, desinhibido y a todo riesgo, él mismo se había
planteado desde el vamos su futuro de escritor diferente, mezclándose
como protagonista junto al detective Philip Marlowe de su primera
novela, tomado a préstamo de las de trama policial del reverenciado
Raymond Chandler.
Cauteloso con los "mufas" y cabalero desde el paraíso de los gatos,
como el pequeño maullador Pulqui de su infancia, pasando por el Negro
Vení parisino –luego aporteñado– y la Chiruza, gata que daba el visto
bueno a lo por él escrito sentándose sobre las nuevas carillas (o que
reprobaba arañándolas), resultó un aprovechado observador durante la
vida itinerante de la familia, siempre en pos de los destinos
laborales de su padre. Desde la oceánica Mar del Plata de su
nacimiento, la Cipolletti irrigada por acequias y goles cabeceados
como centro delantero adolescente, y la serrana Tandil de la juventud,
escenario de sus escarceos de cineasta nonato y periodista por
entonces intermitente.
En la casa de Janville-Juine en las afueras de París que el Gordo no
conoció y en donde ahora viven Catherine y Manuel, sobrevive Pirulín,
uno de los tres gatos que compartieron los últimos días de Soriano en
su casa de Palermo Viejo.
Para él, que deambuló de chico con su familia por distintos confines
del país y más tarde por el mundo, como periodista y luego como
exiliado, ésta será su última mudanza para un descanso de sosegado
entorno verde. Es cierto que los cementerios nunca le cayeron mal y
solía recorrer el de Père-Lachaise, donde se inspiró para iniciar la
trama de su imaginado espía Julio Carré, el protagonista de El ojo de
la patria, que conocía de memoria el recorrido entre tumbas de
famosos. Un Carré que saludaba a Oscar Wilde, le confesaba a Chopin
que le habían robado sus discos y le pedía disculpas a Balzac por no
haberlo leído jamás. Un Carré que vio construir su propia tumba y le
pareció un lugar sereno y acogedor, como ahora le parecería a Soriano
la suya.
Acaba de ocurrir el crimen de José Luis Cabezas. Osvaldo Soriano por su parte estaba muriendo en una Clínica a sus 54 años de cáncer de pulmón. Apenas podía balbucear palabra. Con su máscara respiratoria hizo un gesto y pidió “una pluma”, la última que tendría en sus manos. Puso su firma en el petitorio para que se hiciera JUSTICIA por Cabezas, e inhaló su propia respiración tranquilo.
ResponderBorrarA los dos días moría luego de haberse fumado todos los toscanos que le permitió la vida.
Uno de los mejores escritores argentinos de ficción de su época, y aún me animo a decir, el mejor.
Pero no murió Triste, solitario y final, sino lleno del recuerdo de amigos que sintieron que se iba por un rato y en breve volvería: “Lo vi en el ataúd, con esa cara plácida y jodona, y pensé: Es un chiste. No hay duda. El Gordo se está haciendo el muerto para hacer sufrir a los amigos. Nos está tomando el pelo, pensé. Entonces lo vi claro. El Gordo se nos fue por un ratito nomás. Está trabajando de cartero de su hijo. Ahora nomás vuelve. A mí ya me parecía, porque es evidentísimo que este mundo no puede ser tan espantosamente triste, solitario y final; y un tipo tan buenazo como el Gordo no podía hacernos la cochinada de dejarnos sin él.” Eduardo Galeano.
Y sin lugar a dudas, un gato lo estaría esperando al otro lado de la orilla.