domingo, 15 de junio de 2008

A ver si lo leemos detenidamente.

Para leer detenidamente y debatir un rato.

saludos y a disfrutar de esta bella tarde de otoño.

"La izquierda ha traicionado sus propios ideales"
JOSÉ ANDRÉS ROJO

De lo que trata Pascal Bruckner en La tiranía de la penitencia. Ensayo
sobre el masoquismo occidental (Ariel) es de la mala conciencia de
Europa. Una mala conciencia, que procede de una historia tan larga y
tan sangrienta, que la tiene atenazada. Europa no se pronuncia, no
interviene, no actúa. Procura ser comprensiva, tolerante y no
cuestionar ni preguntarse demasiado por cuanto ocurre en todos esos
lugares (América, África, Asia) en los que hace sólo unos siglos (a
veces, unas cuantas décadas) aún gobernaba, y que había conquistado
previamente casi siempre con extrema crueldad. Bruckner es
especialmente duro con la izquierda: "Al abrazar con tanto fervor el
sentimiento de culpa, ha traicionado sus propios ideales", comenta el
filósofo francés durante su breve estancia en Madrid.

¿Cómo surgió ese afán de arremeter contra la irrelevancia actual del
viejo continente? "Del momento que estamos viviendo. De los atentados
de Madrid y Londres. Del propio espíritu de los tiempos que ha llevado
a Europa a no saber pronunciarse con voz propia ante la emergencia del
fundamentalismo islámico", dice. Las casi 200 páginas de su libro
tienen un afán revulsivo desde el principio. Habla de "autoacusación"
y "fustigación pública", trata a los europeos de "funcionarios del
pecado original", escribe con rotundidad: "Del mismo modo que hay
predicadores del odio en el islamismo radical, también hay
predicadores de la vergüenza en nuestras democracias, sobre todo entre
las élites pensantes, y su proselitismo no es menor".

"Ya sabe lo que decía Sartre", comenta Pascal Bruckner, "que la
vergüenza es un sentimiento revolucionario. Y ahí seguimos. Con la
mala conciencia de que Europa haya engendrado verdaderos monstruos e
incapaces de reconocer que también creamos los instrumentos para
combatirlos, que los valores de igualdad, libertad y justicia social
forman parte de nuestro vocabulario. Tanto afán en defender la
diversidad cultural, que se ha renunciado a la dimensión universal de
esos valores. Y de eso se trataba".

Bruckner considera que el terrorismo islámico se sostiene en la
hostilidad de los fanáticos hacia una sociedad abierta como la
occidental, y echa chispas cuando, escribe en su libro, "la
ultraizquierda corteja con semejante constancia a esta teocracia
totalitaria". Bruckner señala como un gesto particularmente relevante
de esa mala conciencia de Occidente algunas de las reacciones a un
atentado tan brutal como el de las Torres Gemelas. "La primera
reacción es proclamarse culpable: algo tenemos que haber hecho. Luego
ya vienen las explicaciones. Que si la miseria de aquellos países, que
si los conflictos que se generaron allí, que si la humillación, que si
el petróleo. ¿Y si la pelota estuviera en su lado y fueran ellos los
que no soportan nuestro modo de vida?". Se trata, pues, de una
cuestión de maneras de ver la vida. "El auténtico combate no es
militar", subraya Bruckner, "es ideológico. No se trata de mandar
soldados a morir, es una guerra de ideas".

"La extrema izquierda", explica después, con los ademanes distantes
del filósofo que aplica el bisturí a una sociedad enferma, "se ha
convertido en el superyo de la izquierda e impide que se modernice,
que defina su mensaje a propósito de dos grandes cuestiones: la
economía de mercado y la justicia social". Explica, en ese sentido, la
emergencia de los populismos nacionalistas como un síntoma del
debilitamiento del poder tradicional. "La masa ha perdido la confianza
en los partidos y se vuelca con los líderes carismáticos".

Una de las cuestiones centrales que recorren su ensayo es el conflicto
que se deriva de la avalancha de inmigrantes que llegan a Europa. Así
que critica, en primer lugar, la cuestión colonial. "Francia ha pasado
por alto muchos desmanes del FLN argelino con tal de no ser tachada de
colonialista. Pero lo que está haciendo justamente es ejercer una
suerte de segundo colonialismo, al seguir sin tratar de iguales a los
países que estuvieron alguna vez bajo su dominio. No se puede mirar
hacia otra parte, por esa vieja mala conciencia, cuando en muchos
países africanos se cometen barbaridades".

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