sábado, 14 de junio de 2008

José Herralde

Una entrevista para leer este hermoso sabado sobre la buena literatura
y sus lectores.
a disfrutarla


"Cada vez se lee más, incluso la buena literatura"


En el catálogo de Anagrama figuran más de 2.500 títulos de los autores
contemporáneos más significativos de la narrativa y el ensayo, tanto
en traducciones como en lengua española. La editorial concede dos
galardones anuales para obras inéditas, de prestigio intelectual en el
ámbito de habla hispana: el Premio Anagrama de Ensayo desde 1973 y el
Premio Herralde de Novela desde 1983.

Merecedor él mismo de galardones, suma el Premio Nacional a la Mejor
Labor Editorial Cultural, el Premio Targa d'Argento La Stampa
Tuttolibri otorgado por la Associazione Biblioteca Europea, el Premio
Clarín de los Libreros de Oviedo, la Creu de Sant Jordi, el
Reconocimiento al Mérito Editorial de la Feria del Libro de
Guadalajara, el Premio Nazionale per la Traduzione del Ministero per i
Beni Culturali, la distinción de Oficial de Honor de la Excelentísima
Orden del Imperio Británico y el Premio Grinzane Editoria.

En 2006 fue nombrado Commandeur de l'Ordre des Arts et des Lettres.
Como autor, Jorge Herralde ha publicado Opiniones mohicanas, Flashes
sobre escritores y otros textos editoriales, El observatorio editorial
y Para Roberto Bolaño.

Estos premios reconocen al editor imprescindible que debutó en la
Feria de Madrid con dos títulos controvertidos para la época
franquista, Detalles, de Hans Magnus Enzensberger, y Laclos. Teoría
del libertino, de Roger Vailland. Corría el año 1969, con los
rescoldos aún encendidos del Mayo francés.

–Arriesgado inaugurar una editorial con esos títulos cuando en España
apenas se leía.

-No existía el mercado que existe hoy. Y estaba el riesgo de la
censura franquista, que o prohibía libros o que a editores como yo,
que elegíamos la vía del hecho consumado, nos perseguía con el
secuestro. Al mismo tiempo, era enormemente estimulante porque había
en España un vacío bibliográfico muy notorio y la mayoría de las
traducciones que leíamos venían de América Latina, concretamente de
Argentina, de editoriales como Losada y Sudamericana.

Todo esto coincidiendo con un período de gran ebullición política y
cultural con la guerra de Vietnam, las revoluciones cubana y china, el
Mayo del 68, la contracultura, la antipsiquiatría, el estructuralismo.

Recuerdo aquella primera década de la editorial como la más
complicada, pero la más feliz de mi vida como editor. A finales de los
70 se produjo el llamado desencanto en España, Francia, Italia,
Alemania, donde las fantasías o esperanzas revolucionarias se
colapsaron y una parte importante de mi catálogo, que era muy político
y muy izquierdoso, se quedó sin lectores. También, incluso, bastantes
de los autores de aquella época se quedaron sin discurso y afásicos.
Empezó una nueva etapa de la editorial, donde dominaba la narrativa,
sin abandonar el ensayo. Fue la transición a la colección Contraseñas,
al final del 78, con los Bukowski, Tom Wolfe, Copi, de quien publiqué
toda su obra narrativa y éramos muy amigos.

–Era un ser encantador. Aparecía de pronto con sus cuadernos, sus
lapiceras, una maletita insignificante y una sonrisa pícara.

–¡Y su bolsita de marihuana! Recuerdo que en el verano del 76 pasó por
Barcelona, iba de camino a Ibiza y me dijo "ven, acompáñame", pero yo,
simplemente, no podía. Recuerdo su sentido del humor... ¡tan
inesperado!

–Ésa era una característica de la familia Botana: una escuela, no sólo
de humor sino de la ironía como estilo.

–Mira, ahora me has hecho recordar que yo empezaba entonces mi
relación con Lali Gubern, hermana de Roman, mi actual mujer, y en ese
momento nos íbamos a Palma de Mallorca. Después, visité varias veces a
Copi en su piso de Pigalle, en París, abandonada ya la buhardilla de
Marguerite Duras.

–¿Vivimos ahora un clima como el de esa época?

–No, aquello fue irrepetible. Yo digo muy poco seriamente que en ese
período se produjo una alteración global de las conciencias, en que
mucha gente muy diversa produjo un estado de ebullición permanente,
ganas de experimentar contra los corsés sociales, culturales e
ideológicos, pero la ruda realidad se impuso. Fue como vivir una
adolescencia prolongada. Era también la época de la gauche divine en
Barcelona, en que nos juntábamos en locales nocturnos a compartir
nuestros proyectos. Ahora todos vamos por nuestro particular camino.
Yo frecuentaba a los miembros más conspicuos de la llamada Escuela de
Cine de Barcelona, que hacían un tipo de cine rupturista, dadaísta
–Pere Portabella, Gonzalo Suárez, Jordi Esteva, Joaquín Jordá–, un
movimiento que duró cinco años y al que catapultó la mala
clasificación de la censura franquista de las películas, que entonces
era determinante para su difusión, y por la realidad de la taquilla.
Fue un período de aventura colectiva muy creativa.

–¿Algún episodio especial de la censura?

–El primer proceso gordo lo tuve con la publicación de un libro sobre
los tupamaros: pasé por el Tribunal de Orden Público, me cayó un año
de libertad bajo fianza, pero antes de celebrarse el juicio hubo un
indulto general para 200 casos pendientes como tapadera para exculpar
a los implicados en el llamado Caso Matesa, una estafa de personas
vinculadas al Opus Dei.

–¿Fue un proyecto de vida ser editor?

–Sí, aunque ingeniero, soñaba con proyectos editoriales, pero en los
60 era difícil llevarlos a cabo hasta que en octubre del 67 decidí
abrir Anagrama y en abril del 69 salieron los primeros libros. El año
próximo cumpliré cuarenta años como editor. Hoy en día, publicamos 75
novedades al año más 30 de bolsillo, que pertenecen al hit parade de
la editorial, con mucho trabajo de promoción, pues recibimos la visita
de escritores anglosajones y latinoamericanos. Presentaremos un
catálogo histórico con todos los títulos, contextualizando la
editorial, y otro cataloguito que parece un chiste –Deconstructing
Anagrama– donde habrá clasificaciones por literaturas, por temáticas y
para la Zona Rosa, con autores gay; además de Pórtico, que es como el
Club de los 10 autores con más de 10 títulos en Anagrama, casi
cuarenta en este momento.

–Sus históricos.

–Sí, y que indican una de las dos tendencias de la editorial, por una
parte la búsqueda de nuevos valores y, por otra, la política de autor,
es decir, apostar por determinados autores y seguirlos en toda su
trayectoria, como Julián Barnes, Paul Auster, Martin Amis, Truman
Capote, Ryszard Kapuscinski, Gilles Lipovetsky, Richard Ford, Nick
MacDonell...

–¿Satisfecho con el premio?

–¿Cuál?

-(Risas) Es que también me acaban de conceder uno en Argentina (se lo
dará la provincia de Buenos Aires, lo vendrá a recibir a fin de
junio). El de los libreros madrileños me hizo mucha ilusión, porque
los buenos libreros son nuestros cómplices naturales y también,
involuntariamente, nuestros notarios, es decir, los que siguen día a
día, año a año y década a década nuestros aciertos y pecados.

Cuando se premia a un editor, lo que se premia es su catálogo, sus
autores. El editor es artesano y portavoz de su catálogo, pero los
protagonistas indudables son los autores. Confieso que cuando me
dijeron el nombre del premio (Premio Leyenda) quedé un poco
sobresaltado. Miré en el diccionario otras acepciones además de la más
corriente y comprobé que viene del latín legere y está vinculado al
verbo leer, con lo cual quedé más sosegado.

–Pero si usted ya es una leyenda viva.

–¡Prepóstuma! Me ha gustado que valoraran haber sido un ardiente
defensor del precio fijo desde la primera pelea con el gobierno de
Aznar.

–¿Vende bien en Argentina?

–Sí. El nivel cultural de Argentina es el más alto de América Latina,
esto es indiscutible, a pesar del avituallamiento y con todas estas
sucesivas caídas de la moneda. Recuerdo amigos argentinos pasar por
Barcelona y comprar libros de Anagrama: ¡sólo un ejemplar para un
colectivo de diez amigos! En Argentina durante unos años, gracias a la
falsa paridad peso-dólar, los libros fueron muy asequibles hasta que
entró el socavón de la realidad, el corralito de 2001, y se derrumbó
la venta de libros de importación. Para luchar contra esto empezamos a
publicar en Buenos Aires y ya llevamos alrededor de 40 títulos, que
escogemos entre los destacados de la editorial con más posibilidad de
venta en Argentina y todos los autores argentinos de nuestro catálogo.
Como ha salido una nueva generación de escritores latinoamericanos,
los he ido fichando con la idea de hacer, al menos, dos ediciones, una
en su país de origen y otra en España, y desde aquí distribuirla al
resto de América Latina, a diferencia de los grandes grupos que, en
general, a menos que sean figuras muy conocidas, sólo hacen ediciones
cantonales en sus respectivos países y no circulan, de lo que se
quejan amargamente y con razón, pero los contables de esos grupos no
se quieren arriesgar. A contracorriente, nosotros lo estamos haciendo
y en Argentina hemos publicado a Alan Pauls, Martín Kohan, Martín
Caparrós, y hemos rescatado la obra del gran Ricardo Piglia. Estamos
atentos a los nietos del boom que escriben liberados de la famosa
angustia de las influencias de la que hablaba Harold Bloom.

–En España ahora se lee mucho más, pero los títulos no parecen muy
interesantes. ¿Cómo ve el nivel de lectura?

–He defendido, aritmética en mano, la teoría de que se lee cada vez
más, incluso la buena literatura, pero lo que ha crecido enormemente
es el tipo de libros para no lectores. Esto lo expresa bien Alessandro
Baricco en Los bárbaros con la metáfora del huevo frito: la yema, es
decir, la buena literatura, ha crecido, pero la clara ha crecido
muchísimo más y coexisten, mientras haya librerías, sin problemas,
porque las librerías venderán la clara, pero, sobre todo, venden la
yema. Si quedáramos en manos de los hipermercados, se acabaría la
yema.

–Similar al elogio envenenado que Juan Goytisolo hace de los autores
que pululan en la clara, cuyas ventas permiten editar yema como la
suya.

–¡Exacto! Como ha escrito Antonio Muñoz Molina, en los términos
inventados por Umberto Eco, Goy-tisolo sería un apocalíptico y Ruiz
Zafón, un integrado.

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