Un gran premio merecido y a descubrir a esta autora que es un genialidad según comentan los que saben.
buen jueves y a disfrutar de esta soleada tarde de otoño.
Premio real para Atwood
El jurado destacó que la escritora asume inteligentemente la tradición clásica y defiende la dignidad femenina.
La escritora canadiense Margaret Atwood obtuvo el Premio Príncipe de Asturias de Letras, y con él 50 mil euros y la reproducción de una estatuilla diseñada por el artista Joan Miró, se informó ayer en España.
Atwood se declaró sorprendida y afirmó: "Este maravilloso premio es muy importante para mí y también para la literatura canadiense", y aclaró que cree que servirá en Europa para diferenciar a la escritura de su país de la estadounidense.
La candidatura de Atwood llegó a la última ronda de votaciones del jurado junto a las del autor español Juan Goytisolo, el británico Ian McEwan y el albanés Ismail Kadaré. También compitieron el colombiano Gabriel García Márquez, el español Jorge Semprún, el uruguayo Eduardo Galeano, el japonés Haruki Murakami, el italiano Antonio Tabucchi y el estadounidense Richard Ford.
El jurado comunicó que su decisión se basa en la espléndida obra literaria de la poeta y novelista nacida en 1939 "que ha explorado diferentes géneros con agudeza e ironía". Y agregó que "asume inteligentemente la tradición clásica, defiende la dignidad de las mujeres y denuncia situaciones de injusticia social".
Esta autora prolífica obtuvo reconocimiento internacional con la publicación de su novela La mujer comestible (1969), a la que siguieron, entre otras, El cuento de la criada (1985) y La novia ladrona (1993). Sus últimos títulos son la novela Oryx y Crake (2003), la colección de relatos The Tent (La carpa, 2006) y The Door (La puerta, 2007), de poesía. Sus libros, traducidos a más de 30 idiomas, frecuentan la figura de la mujer, su madurez y los cambios del rol sexual. La canadiense afirma que cuando escribe una novela "es como si construyera una casa" y que la poesía "se escribe con la mano izquierda y corresponde a una zona del cerebro que se encarga de la música y de las áreas más creativas".
Atwood reconoce su adiración por los escritores franceses del siglo XIX –como Flaubert, Zola o Maupassant–, los clásicos rusos y Cervantes.
Conocida por su militancia por los derechos humanos, la ecología y la cuestión de género, Atwood aseguró al recibir el premio que "el terrorismo es un pequeño desafío comparado con otros que afronta el mundo", y señaló que las repercusiones del cambio climático van a ser mucho mayores que las derivadas de ese asunto.
Días previos a la definición del jurado se especuló con la posibilidad de que el elegido fuera un escritor de lengua española, ya que desde 2000 –con la premiación del guatemalteco Augusto Monterroso– ningún hispanohablante ha obtenido el premio.
El finalista que cumplía con esa característica era Juan Goytisolo. Debate aparte, el director de la Real Academia Española y presidente del jurado en este caso, Víctor García de la Concha, dijo estar satisfecho con la premiación de Atwood, a quien calificó como "una novelista de valía internacional". Y confesó que el resultado de la votación final fue "muy holgado" a favor de la canadiense.
El Príncipe de Asturias de Letras ya lo habían obtenido escritores como Juan Rulfo, Mario Vargas Llosa, Günter Grass, Doris Lessing, Arthur Miller, Paul Auster y Amos Oz.
Así escribe
Cuando mi madre era muy pequeña, alguien le regaló por Pascua una cesta de polluelos. Todos murieron.
–Ignoraba que no podía sacarlos –dice mi madre–. Pobres animalitos. Los extendía en fila sobre una tabla, con las patitas tiesas como un palo, y lloré por ellos. Los quería locamente.
Es posible que mi madre utilice esta historia para ilustrar su propia estupidez, y también su sentimentalismo. Quiere darnos a entender que ahora no haría una cosa semejante.
Es posible que se trate de un comentario sobre la naturaleza del amor, aunque, conociendo a mi madre, es improbable.
El padre de mi madre era médico rural. Antes de la aparición de los primeros automóviles, recorría su territorio en un cochecito tirado por caballos, y, nevara o lloviera, utilizaba un trineo en mitad de la noche para llegar a las casas iluminadas con lámparas de aceite. A su llegada, encontraba el agua hirviendo en el hornillo y las sábanas, calientes, escurriéndose en el escurreplatos, a punto para ayudar a traer al mundo a niños que luego recibirían su nombre. Visitaba en casa, y mi madre, de niña, veía a los pacientes llegar a la puerta de la consulta, a la que se accedía por el porche delantero, aferrándose las partes de su cuerpo (dedos de manos o pies, orejas, narices) que se habían cortado por accidente, presionando estas partes seccionadas contra muñones en carne viva con la vana esperanza de que mi abuelo fuera capaz de cosérselas y de reparar las mutilaciones producidas por hachas, sierras, cuchillos o a causa del destino.
Mi madre y su hermana menor remoloneaban junto a la puerta cerrada de la consulta hasta que eran expulsadas.
Detrás de la hoja de madera se oían gemidos, gritos ahogados y peticiones de socorro. Para mi madre, los hospitales no han sido nunca lugares agradables, pues la enfermedad no concede tregua ni respiro.
–Nunca te pongas enferma –dice, y lo dice en serio.
Y, desde luego, hace cuanto puede por llevar a la práctica su propio consejo, aunque una vez, sin embargo, estuvo a punto de morir.
(Extracto de Momentos significativos de la vida de mi madre.)
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