excusas para dejar cosas para después de Semana Santa.Ya estamos en la
carrera del año y por lo que indican los diarios y telediarios ( a
los que no debemos creerles obviamente) no serán meses tranquilos...
entre mosquitos, moscardones y demás insectos la cosa estará para
estar atentos.
Una semana que empieza y que concluirá con festejos, cumpleaños y
fiestas varias.
Empezamos con un texto que sirve para pensar como la muerte pareciera
limpia de culpas y pecados a lo que la gente hizo en vida....
es un texto que obviamente tiene una orientación ideológica pero que
sirve para pensar que hacemos con los muertos una vez que han partido.
Recomiendo los programas de José Pablo en Encuentro, su libro La
filosofía y el barro, su reciente novela Timote que desde la ficción
intenta reescribir la Historia. Un pensador de los márgenes y de los
cruces ( que es lo más interesante que un pensador puede tener) que
cada tanto me hace enojar, pero gracias a esos enojos uno puede
permitirse pensar.
Y es la invitación que os hago,
que lo lean,
que lo disfruten, se enojen, se pongan llenos de ira -si el texto así
los deja- pero que después puedan pensar.
Porque la muerte parece que da pátina de santo y genio, sino miren con
la señora del melodrama Corín Tellado, ahora todos hablan bien y dicen
que es una grande de las letras ( que lo es claro que si pero tampoco
es Marguerite Yourcenar).
Besos y buen lunes.
Y ojalá puedan seguir pensando y no se queden en el odio. Esto no
ataca a nadie, sólo nos sirve para pensar como somos y que hacemos con
los muertos ( los famosos y los íntimos)
Gracias a la amiga que me envió el texto de Maestro.
Sobre el uso político de los muertos
Por José Pablo Feinmann
De un muerto se puede decir cualquier cosa. No podrá refutarla. De un
muerto se puede hacer cualquier uso. No podrá negarse. De un muerto,
cualquiera puede reclamarse heredero. No estará para desautorizarlo.
De un muerto se podrá decir que fue malo, que fue bueno, que fue
tiránico, que fue arbitrario, que no robó pero dejó robar. No estará
para defenderse. Si de los hechos lo que importa son las
interpretaciones (según estableció genialmente Nietzsche y siguió
Foucault y nosotros, aquí, ya lo sabíamos), de los hechos de la vida
de un muerto todos podrán dar infinitas interpretaciones, menos el
muerto. El muerto, en suma, está desarmado, está solo, no tiene voz,
su opinión no importa porque, sencillamente, no puede emitirla. No
puede negar las infamias, ni los inventos, ni los usos desvergonzados
que se hacen de él. Si se levantara de la tumba volvería a morirse o
mataría a todos los vivos o los vivos (con algún pudor, con algo de
honor vigente aunque deshilachado) huirían de él o le pedirían
disculpas o morirían de indignidad. Con lo que se transformarían en
muertos y pasarían a ser desvergonzadamente utilizados, manipulados
como todos los que suelen incurrir en ese hábito tan inconveniente
para quienes ceden a él: morirse. De modo que lo mejor es no morirse.
Pero, de morirse, conviene morirse en el momento adecuado. Pareciera
ser ésta una modalidad radical. Illia se muere en plena campaña del
'83. ¿Qué mejor fortuna para la campaña radical que actualizar la
figura del viejito bueno, honorable, que no robó, que no reprimió, que
subió con el 22 por ciento de los votos en elecciones fraudulentas,
amañadas por oscuros militares antidemocráticos, pero que –suponemos,
porque era, sí, una buena persona y un político con pudor democrático
que no habría querido seguir la farsa exclusionista del rencoroso
Estado Gorila del '55; suponemos, repito– habría dado elecciones
libres, con el peronismo incluido, al final de su mandato? Así, el
fantasma de Illia revoloteando por sobre ese peronismo de horrible y
cercano pasado (Ezeiza, la Triple A, López Rega, Isabel), con un líder
firmante del decreto de "aniquilación de la guerrilla", con un hombre
sin coraje ni convicciones como para decir –como Alfonsín dijo– "no
dicten la ley de autoamnistía porque la vamos a derogar", ese Illia,
digo, besa la frente del enérgico, inspirado Alfonsín del '83 y sólo
resta contar los votos para llegar a la felicidad. Dijimos que morirse
en el momento adecuado pareciera ser una modalidad radical. Illia se
muere para darle el tono ético a los radicales del '83: "Nosotros no
somos ese bandalaje de Ezeiza. Somos un partido de gente bien,
herederos de viejitos buenos, que estamos con la vida y no con la
rabia". Ahora –¡a poco tiempo de los comicios!– se muere Alfonsín.
¡Qué bocado para los oportunistas de toda estirpe y condición! Es un
regalo del Cielo. La última bendición que ese hombre que vivió para el
partido podría darle. Tanto vivió Alfonsín para el partido que durante
las jornadas en que la policía de De la Rúa, estado de sitio mediante,
perseguía fieramente a los manifestantes de la Plaza de Mayo, molía a
palazos a hombres y mujeres, hacía fuego a matar –y, en efecto, mató:
hubo cadáveres en esa Plaza–, Alfonsín, desde un ventanal de la
Rosada, se agarraba con desesperación la cabeza y exclamaba: "¡Dios
mío, esto es el fin del partido!". Ahora, a ese partido que amó
durante toda su vida, le ha hecho el último favor: morirse en época
electoral. Y no sólo eso: ¡se murió mientras Cristina estaba de viaje
y el inefable Cleto Cobos era Presidente en ejercicio de la República!
Cobos –hombre de enormes, ilimitadas ambiciones– habrá proferido:
"¡Gracias, Don Raúl! ¡Me la dejó picando!". Y si no me creen: miren
las fotos de Cleto durante la marcha austera del cortejo fúnebre. El
no va austero. Está contento, sonríe ganador, saluda hacia los
balcones con su mano derecha levantada, o la izquierda. Créanme: Dios
está con Cobos. ¡Presidente de la República durante las honras
fúnebres a Alfonsín! Dios o el Diablo o el sentido más profundo de la
Historia están con Cobos. Sólo hay algo que no está con Cobos. Cobos.
Cleto Cobos es el peor escollo que tiene este político hasta hoy
afortunado en su carrera inocultable hacia el lugar que ambiciona: la
presidencia en 2011. Si no fuera Cobos, con la suerte que tiene y con
las limitaciones racionales que exhibe el electorado citadino desde
hace ya unos años, era cantado: Presidente en 2011. Pero no: Cleto
Cobos tiene limitaciones casi insalvables. No son las partidarias que
tenía Alfonsín. (Nota: Uno no puede estar escribiendo todo durante
todo el tiempo. Hace casi un mes, antes que se desatara este vendaval
santificador, en el N° 71 de los textos sobre filosofía del peronismo
que publico en éste, mi diario, como bien dice Osvaldo Bayer, porque
lo sentimos y lo sabemos nuestro, hice un amplio, un positivo retrato
de Alfonsín. Beto Brandoni y Héctor Olivera, dos alfonsinistas
pasionales, podrían dar testimonio de todo le que le dije al Beto en
un momento de amargura que tuvo por lo que él sentía como una falta de
reconocimiento para con Alfonsín. De modo que no voy a cantar loas
aquí, ya que sería, además, un abuso al que todos fuimos sometidos.)
Quien, Alfonsín, era capaz de pasarse horas averiguando cómo andaba el
partido en Curuzú Cuatiá o en Rafaela o en Venado Tuerto, mientras, él
me lo contó, un tipo tan valioso –un prócer ya olvidado de la política
argentina– como Carlos Auyero esperaba cruzar unas palabras con él.
Alfonsín amaba a su partido. Cleto Cobos no. Cleto no ama nada. Salvo
a Cleto y su estrella. Pero tiene, dijimos, limitaciones serias. Cleto
Cobos no tiene, por ejemplo, la cara de Hegel. La inteligencia no
brilla en ella. Pero es gracioso. A mí, lo confieso, me interesa el
hombre. Se habrá acaso observado que no hablo de la llamada
"oposición". Es tanto lo poco que me agrada que hasta me disgusta
teclear sus nombres. O que aparezcan en un texto mío. Elijo algunos
rodeos si no tengo más remedio que señalarlos: "Esa señora que tiene a
Dios de gurú y consulta con él todas sus decisiones". O "ese alegre
muchacho de los '90 devenido gran estadista en el siglo XXI". O "esas
agro-caceroleras que hablan de la condición prostibularia de la
Presidenta porque aseguran haberla visto en los burdeles en que
trabajan". Pero con Cleto no. Cleto me cae simpático. Es tan patético,
es tan transparente, tiene una ambición tan desmedida que no puede
ocultarla, se le ve todo el tiempo. Por ejemplo: la noche del voto "no
positivo" vuelve a Mendoza en auto, no en avión. Porque –luego de
haber hecho una magistral actuación acerca de la reflexividad
profunda, del sincero desgarramiento que le reclamó su decisión
histórica– se fue a recorrer las provincias y a recibir, con los
brazos en alto, a lo campeón, las ovaciones de medio país. O durante
el sepelio de Alfonsín. Lo que había que hacer era claro. Ese día
había que usar al ilustre muerto para la solemnidad de la despedida
final. Si despedir a ese tío medio tonto que sólo sabía contar chistes
verdes en los almuerzos del domingo requiere –el día de su entierro–
cierta dosis de seriedad, de cara pesarosa, de cara que diga: "Qué
momento tan triste. Era un tarado pero lo vamos a extrañar. ¿Quién nos
va a entretener con esos chistes pelotudos ahora? Hasta los ravioles
van a tener otro gusto", ¿qué cara requerirá despedir al "padre de la
democracia" argentina? Había una sola cara para ese día: "Con él muere
la democracia. O lo poco que de ella queda luego de estos años de
crispación autoritaria". Ese era el uso señalado por las usinas
ideológicas que prepararon el Operativo Alfonsín para la coyuntura:
entierro. Cleto no. Cleto es fresco, la vida le gusta, todo le sale
bien. Alfonsín se murió para él. Para que él capitalizara todo,
estuviera al frente porque así lo dice la ley: Presidente que viaja,
se jode. Asume el vice. Y aquí está él, asumiéndolo todo. Y sonríe, y
mira hacia lo alto, hacia la gente en los balcones y... ¡saluda con su
mano en alto! "¡Bajá la mano, Cleto! –le dice alguien a su lado–. Esto
es un entierro. No ganaste la maratón de los barrios. ¡Un poco de cara
de orto, por Dios, Cleto!" Inútil: Cleto saluda feliz. No va al
cementerio. Todo paso que Cleto da lo lleva directo al 2011.
El uso que se ha hecho de Alfonsín es obsceno. Todos mienten. Los que
lo querían de verdad no armaron ningún operativo, lo lloraron y punto.
Yo lo quise mucho a Alfonsín. Me alegró su triunfo en 1983. Lo
prefería antes que a Luder. Antes que al peronismo, que debía esperar,
que no estaba listo. Puede decir Luis Gregorich si no lo llamé la
mañana siguiente al 30 de octubre de 1983 para felicitarlo. Puede
decirlo Andrés Cascioli, que me invitó a volver a Humor porque yo me
había ido y, en efecto, volví para seguir durante seis años. Pero es
una ofensa que nos vengan con eso del padre de la democracia. ¿Qué
somos, tarados? Señores, antes que Alfonsín estuvo Yrigoyen y la
democracia se la ganó con revoluciones que le doblaron la mano al
régimen conservador. Y el primer peronismo (pese a su autoritarismo o,
en alguna medida, gracias a él) significó una inclusión de los pobres
en la esfera de la civilidad, una democracia social que llevó a la
clase trabajadora a aumentar en un 33 por ciento su participación en
el ingreso nacional. (¡Si eso no es democracia! A los pobres no se los
alimenta con las palabras "república" o "instituciones". Se los
alimenta con alimentos, con trabajo, casas de material, educación.) Y
la democracia (¡y qué democracia, qué primavera!) yo la conocí con
Cámpora, con el discurso de Righi a la policía, el de Vázquez en la
OEA, la libertad para leer, para ver todas las películas del mundo,
para discutir. Para el protagonismo popular. Para llevar Shakespeare a
las villas con Gené, Pepe Soriano, Laplace, Briski. Hasta que vino
Perón y se pudrió todo. Y la democracia empieza a regresar cuando las
bestias de la dictadura se suicidan en medio de su locura de sangre.
Cuando Galtieri dice: "¡Que vengan, les vamos a presentar batalla!". Y
con la multipartidaria. Y con las Madres. Y con la Asamblea Permanente
por los Derechos Humanos (donde, claro que sí, estuvo Alfonsín). Y con
la huelga obrera del 30 de marzo de 1982. Y luego –ya con el gobierno
reconquistado– viene el gran momento alfonsinista del 84/85. El Juicio
a las Juntas. Lo insultó la Sociedad Rural. Lo acosó (como luego ni
por asomo acosó a Menem) el sindicalismo peronista. Y lo tiraron los
empresarios con el golpe de mercado y la hiperinflación. Seguiremos
hablando de él. Sólo esto: si el mercado es libre, ¿cómo es posible
que le haya hecho un golpe a Alfonsín? ¿Acaso alguien lo maneja
entonces? ¿Por qué creerán que somos tan tontos? ¿Será por eso que son
tan desvergonzados? Los empresarios –el capitalismo concentrado
agro-financiero– lo tiró a Alfonsín porque éste no aceptó hacer lo que
Menem hizo alegremente durante la negra década del '90. De todos sus
méritos, éste es el que menos se le ha reconocido durante estos días.
Porque a Alfonsín lo tiraron los mismos que hoy lo usan para agredir a
un gobierno que, en muchas cosas, lo continúa. Alfonsín no fue
privatista, buscó siempre no debilitar al Estado, enfrentó a la sed de
ganancias de la Sociedad Rural, a la Iglesia y a los magnates de la
patria financiera, juzgó a los grandes genocidas y apostó siempre a
los derechos humanos. ¿Quién se le parece más, Cristina Fernández o la
oposición mediática y cacerolera?
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