miércoles, 17 de diciembre de 2008

“No hemos sabido dar a los jóvenes el error de la esperanza”

Lo dijo George Steiner y creo que es una interesante invitación a
leer esta entrevista y luego ahondarse en la lectura concienzuda de
Los libros que nunca he escrito, geniales ensayos que invitan a
pensar.
Una linda recomendación antes de partir a la riviera maya donde (
aunque uds no lo crean y se rían) me lo llevo para leer.... Prometo
mandar fotos para que lo comprueben.
Buena tarde de miercoles y lo mejor para todos
Os quiero y apenas puedo empiezo con las crónicas mayas.

"Soy un superviviente", confesó George Steiner (París, 1929) en uno de
sus primeros ensayos. Eterno emigrante, coleccionista de pasaportes de
la Europa perdida de Goethe y Freud, filósofo y escritor, Steiner,
premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2001, es uno
de los últimos sabios del continente. En esta entrevista, el pensador,
que el próximo otoño publica en Siruela Logócratas, traza las grandes
líneas de su itinerario filosófico, del elogio de la diversidad de las
lenguas ("Lejos de ser un castigo, Babel es una bendición misteriosa e
inmensa. Aprender nuevas lenguas es entrar en otros tantos mundos
nuevos") a la defensa de la trascendencia de las artes. Una
conversación que también se detiene en las pasiones, en la enseñanza y
en el papel de la cultura frente a la barbarie.
–Su libro más importante, Después de Babel (FCE), implica un elogio de
la diversidad de las lenguas: de manera paradójica, Babel sería una
promesa, una "recompensa de Dios".
–Para comenzar, un punto capital: yo no tengo lengua materna. Lo cual
no es tan extraño, hay muchas partes en el mundo en las que uno crece
políglota, por ejemplo en Escandinavia o en los valles italianos de
Friul, lo mismo que en Malasia... Yo aprendí casi al mismo tiempo
francés, inglés y alemán, a los cuales se vino a sumar un poco más
tarde el italiano. Muy pronto me impresionó lo que nos dicen los
etnólogos y los lingüistas: que hay unas veinte mil lenguas en el
planeta, más de un centenar tan sólo en las islas Filipinas, y que de
entre estas últimas hay una, de la isla Mindanao, que no tiene la
menor relación con las demás, y ello a pesar de que quienes las hablan
pertenecen a las mismas etnias. Me ha resultado siempre demasiado
difícil aceptar que ese hecho es sólo contingente, que el mundo habría
marchado mejor si no tuviera más que una o dos lenguas, y de ahí el
mito de Babel. Después de Babel refleja una intuición: como Freud nos
enseña, hay que poner boca abajo los grandes mitos, pues dicen lo
contrario de lo que parecen decir. Lejos de ser un castigo, Babel es
tal vez una bendición misteriosa e inmensa. Las ventanas que abre una
lengua dan a un paisaje único. Aprender nuevas lenguas es entrar en
otros tantos mundos nuevos. Hay una especie de ventaja
contradarwiniana en la multiplicidad de las lenguas: es la riqueza
adaptativa de la humanidad. Asimismo, planteo la hipótesis de que ahí
donde la vida material es muy pobre, las lenguas son de una riqueza
prodigiosa, como la de los bosquimanos de África del Sur que cuenta
con 25 subjuntivos…

El idioma de la esperanza
–Pero las lenguas también mueren y con ellas una riqueza humana incomparable.
–Una gran figura del Colegio de Francia, a quien no mencionaré pero
que con seguridad se reconocerá, saqueó Después de Babel página tras
página con la pretensión de alertar al mundo frente al peligro de la
muerte de las lenguas, en un libro publicado 25 años después que el
mío, sin mencionarlo jamás. Yo había dado la voz de alarma: año a año
miles de lenguas desaparecen, y con ellas también se extinguen
posibilidades de experiencia y de futuro. Numerosas lenguas acaban de
morir así en el Altiplano. Nosotros vemos el pasado pero no el
porvenir: retrocedemos hacia el futuro. Con la desaparición de una
lengua, perdemos para siempre ciertas negociaciones con la esperanza.

–Cada lengua, según usted, posee su "gramática de la esperanza".
–Para mí la torre de Babel ha sido la alegoría de una inmensa
recompensa, de una gran aventura que se ha estropeado. Seamos
precisos: habría que ser demasiado inocente para atribuir el triunfo
planetario del angloamericano, nueva lengua franca, sólo al poderío
militar y económico de Estados Unidos. El anglo-americano es una
lengua simple. Si triunfa es que se trata de una plataforma rodante
hacia el futuro, de un verdadero idioma de la esperanza. Cada palabra
del angloamericano es una promesa de que el futuro será mejor. Pero
esto tiene un precio. Junto con la nivelación de las diferencias
culturales llega una monotonía de la felicidad. Las pérdidas son
enormes. Las tentativas de resistencia institucional son bastante
ridículas. Desde la publicación de mi Después de Babel se produjo algo
nuevo: no se prestó la suficiente importancia al hecho de que el
ordenador hablaba anglo-americano. Si hubiera sido concebido y
desarrollado en el Punjab, las cosas habrían sucedido de manera
diferente. Pero la informática que uno utiliza es la invención de
científicos ingleses y estadounidenses. La base de la informática es
una sintaxis angloamericana, convertida en abstracta y simbólica. Cada
vez que un hombre, en cualquier parte del planeta, se instala frente a
su ordenador, habla angloamericano. Se trata de un estado de hecho
crucial y tal vez definitivo. Lo mismo con la web: a pesar de que la
lengua adoptada sea el chino o el bantú, la estructura sintáctica
profunda, en el sentido de Noam Chomsky, es angloamericana.

–En Errata (Siruela), usted se compara a sí mismo con un agente doble
o triple que "sugiere a una lengua la presencia de otra".
–Nuestra historia literaria reciente ha visto nacer excelentes
escritores multilingües. La idea de que había que nacer en la lengua
con que se escribe para pretender convertirse en un verdadero escritor
es falsa. Durante largo tiempo Europa escribió en latín y en cada una
de sus lenguas. No fue sino hasta el ascenso de los nacionalismos, a
partir del XVIII, cuando esta situación cambió. El siglo XX fue un
momento decisivo: con Conrad, Borges, Nabokov, Beckett, un grupo de
escritores políglotas crea obras maestras en una lengua de adopción.
Pero hoy en día, para quien viaja por el mundo, las estanterías de las
librerías están llenas de libros escritos en angloamericano o
traducidos del angloamericano. ¡Con frecuencia, los escritores
escandinavos, holandeses o israelitas no tienen otra solución para
vivir que traducir a aquellos que los destruyen!

–¿Puede cambiar esta situación?
–Es una cuestión difícil. El español está gozando de una expansión
fulminante en las Américas. A fines de los años 30 Lorca había dicho
que Nueva York sería una ciudad española. Tuvo razón. Y mientras la
literatura inglesa, la de Inglaterra, palidece bajo los golpes de
bumerán del genio estadounidense, la literatura española de España ha
aprovechado el bumerán suramericano. Pasa por un periodo creativo
extraordinario.

Donjuanismo de las letras
–El subtítulo de Después de Babel es "Una poética de la palabra y de
la traducción". El libro es una larga reflexión sobre la traducción
que de manera implícita se hace presente en todo acto de comunicación.
"Comprender es descifrar", dice usted.
–Nadie sabe lo que comprende el otro, ni siquiera el más íntimo.
Existen matices infinitos en el recuerdo y en el contexto carnal de
una enunciación. Y entonces se descifra para tratar de comprender.
Pero con frecuencia, esto no funciona. Yo no soy feminista, pero sé
que la lengua de la mujer no es la del hombre. Entre las tribus del
norte de Siberia, las madres les enseñan a sus hijos la lengua
masculina que ellas mismas no tienen derecho de hablar. Éste es un
ejemplo apasionante de la multiplicidad de las lenguas. Es un poco
como el juego que nos divertía de niños: uno le susurra un mensaje a
su vecino que a su vez éste le susurra al suyo y así continúan; la
diversión es comprobar en qué acaba el mensaje. Se trata de la propia
alegoría de la comunicación. Guardo en un cofre un largo ensayo, que
sin duda destruiré, sobre el donjuanismo de las lenguas: hacer el amor
en diversas lenguas. En cada lengua el nivel del tabú es distinto:
palabras que en una pertenecen a la vulgata cotidiana, pueden resultar
absolutamente íntimas y prohibidas en otra. La cadencia sintáctica,
capital en el amor, es muy variable según los idiomas. Algunos
novelistas han ensayado la invención de lenguas para su narración
sexual. Proust, por ejemplo, inventó la expresión "hacer la orquídea",
que para Swann y Odette se convierte en el símbolo del coito. Millones
de parejas tienen sus particulares "hacer la orquídea". Pero bajo la
guillotina de los medios, las lenguas de eros se uniforman. El
adolescente estadounidense, en el ritmo de su seducción, sigue
esquemas preestablecidos que le son transmitidos por el cine y la tv.
¡Qué miseria!

Lengua del amor, lengua del odio
––Acosando al lenguaje existen asimismo las amenazas ideológicas, como
las de la LTI (La lengua del Tercer Reich) de la que ha hablado Victor
Klemperer.
– Con Stalin, los silencios son los que matan, con Hitler, la palabra
es la homicida. Los griegos tenían esta creencia extraordinaria de que
una maldición lanzada sobre alguien jamás podía deshacerse. Es como un
golpe físico que va a realizarse. Muchos pueblos creen en esto, yo
también: la lengua del gran odio es un arma más poderosa que todas las
demás. La lengua del amor en un Paul Celan, por ejemplo, intenta
reparar la caída del hombre.

–La enseñanza ha ocupado un lugar esencial en su vida. La literatura
comparada, que enseñó durante más de 50 años, es para usted mucho más
que una disciplina, es casi una visión del mundo…
–Para mi padre, fiel en esto a la tradición judía, la enseñanza era la
vocación suprema. Es el "rabinazgo" laico. El comparatismo forma parte
de mi condición de peregrino: yo estoy en marcha. Los árboles tienen
raíces, yo tengo piernas. La literatura comparada tiene siempre sus
maletas hechas. Coincide con mi naturaleza profunda. Me acuerdo de la
respuesta de Roman Jakobson al presidente de Harvard cuando le dijo:
"Roman, se dice que usted habla 17 lenguas… –Sí, señor presidente,
¡todas en ruso!". Yo intento hacer literatura comparada hablando "en
Homero" o "en Dante". El comparatista cruza las fronteras, legal o
ilegalmente. Hay que coleccionar los pasaportes como los timbres de
correo. Si no se puede ser un gran creador, hay que ser un cartero
–"postino", como en la hermosa película sobre Neruda–, aquél que lleva
las cartas. Un profesor lleva las cartas, es un privilegio inmenso, y
todo su arte consiste en encontrar los buzones adecuados, ésos en los
que las cartas serán leídas y amadas.

Enamorarse un poco del alumno
–En Maestros y discípulos (y también en Elogio de la transmisión
[Siruela]) habla usted, a propósito de la relación entre el maestro y
el alumno, de un "erotismo de la transmisión". Uno piensa en El
Banquete de Platón, en Sócrates y Agathon…
–Hay que pensar en los millares de profesores que se han enamorado un
poco de sus alumnos, tanto hombres como mujeres, a veces con secuelas
terribles, pero más frecuentemente con efectos felices, cuando el amor
se convierte en amistad. Leer un gran texto con sus alumnos es una
actividad muy íntima. Una frase de los Salmos habla de "posar la mano
sobre el ser esencial del otro"… Es una situación de extremo peligro,
puede dar pie a abusos. Enseñar es un oficio noble pero arduo. Le
contaré una de tantas anécdotas: en la época de las batallas que
sostenían en Nicaragua los contras y los sandinistas, tuve el mal
gusto de decirle a un pequeño grupo de excelentes estudiantes que
mientras sus padres y abuelos habían muerto en España defendiendo
Madrid durante la guerra civil, ninguno de ellos me había comunicado
su partida a Nicaragua. Ellos me escribieron entonces una carta
colectiva en la cual me explicaban que si se enrolaban en la
izquierda, pronto estarían sosteniendo un stalinismo sanguinario;
mientras que si partían para colaborar con la derecha, acabarían
trabajando para la CIA… En suma, "¡no vamos a dejar que se aprovechen
de nosotros!". Ése fue un momento clave en mi vida. ¡Que apenas a los
20 años tuvieran tal sentido de la realidad y una perspicacia tan
rotunda! No hemos sabido darles el error de la esperanza, la ilusión
del sueño. Me dirá usted que se trata de un mal sueño, pero si ya no
hay más praxis utópica, no nos queda sino enviar a nuestros mejores
estudiantes a la ENA o a algún MBA… Hablamos entonces de una derrota
enorme.

Europa, Hitler, Estados Unidos
–Usted es profundamente europeo y al mismo tiempo tiene la aguda
conciencia de que Europa tal vez haya llegado a su término.
–¿Por qué me quedé en Europa? Si la hubiera dejado como me lo
propusieron, no sólo habría renunciado a mi condición multilingüe, que
es mi propio ser, sino que más esencialmente habría traicionado la
palabra de mi padre, quien todavía poco antes de morir me repetía: "Si
quieres irte a Estados Unidos será mucho mejor para tu carrera, pero
Hitler habrá vencido". Hitler había decretado que ya no habría más
George Steiner en Europa. Así que desde una perspectiva individual no
había que concederle esa victoria al Führer. Escogí permanecer en
Europa porque no hay que dejar que se extinga una cierta presencia del
pasado, la de la gran cultura judía de Europa central a la que tanto
le debemos. Y esto incluso si el judaísmo tiene un gran porvenir en
Estados Unidos. Para mí Europa no sólo es la tragedia de la "Shoah",
también es la infinita riqueza en el detalle. William Blake hablaba
del carácter sagrado del pequeño detalle. Hay un maravilloso mosaico
europeo. Pero puede ser que Europa se encuentre fatigada a causa de
sus dos mil años de historia. ¿Por qué se recuperaría de las dos
guerras mundiales, de las matanzas de la primera a las carnicerías de
la segunda? ¡En el pasado, imperios inmensamente dotados
desaparecieron! Por lo demás, es posible que las culturas que matan a
sus judíos no revivan.

–Al lado de los grandes mitos antiguos que alimentan todavía nuestra
cultura, Europa parece haber creado dos "mitos" nuevos: el
cristianismo y el marxismo.
–Se trata de dos grandes herejías del judaísmo que se volvieron contra
su padre, algo muy freudiano, para matarlo. El marxismo ha casi
desaparecido, y digo "casi" pues tal vez tengamos sorpresas en el
futuro. En cuanto al cristianismo, en Europa atraviesa por una crisis
considerable. Para no hablar más que de Inglaterra, se prevé
secularizar más de un millar de iglesias ¡por falta de fieles y de
vocaciones sacerdotales! Yo no ignoro lo que fue el Gulag y me repelen
los que en la actualidad niegan su pasado stalinista, pero el
comunismo fue una esperanza inmensa. Hay en el marxismo, y es muy
judío, una delirante sobrestimación del hombre. Nos hizo creer que
éramos seres susceptibles de justicia social. Un error terrible que se
pagó con decenas de millones de muertos, pero una idea generosa y un
enorme cumplido hecho al hombre. La cristiandad muy pronto se manchó
de odio antisemita, su mística es con frecuencia sumaria, pero
nuestras artes de Occidente son inconcebibles sin ella. En su eclipse
aparecen ahora millares de cultos con frecuencia muy pueriles. Puede
temerse en el futuro la llegada de nuevos falsos mesías. En Estados
Unidos, ¡35 millones de devotos de todo tipo creen que Elvis Presley
ha resucitado!

–Escribe en En el castillo de Barbazul, de manera bastante abismada,
que la cultura no vuelve al hombre más humano. Habla incluso de una
cierta derrota de la cultura. Existiría una proximidad inquietante
entre la cultura y el horror.

Las humanidades y la barbarie
–Le responderé en dos partes. Primero existe lo que yo llamo la
"paradoja de Cordelia". Regreso por la tarde a mi casa después de
haber leído con mis alumnos El Rey Lear, con la cabeza ocupada aún por
las palabras de Lear que sostiene en sus brazos a Cordelia muerta:
"Never, never, never…", pero no oigo los gritos de la calle. La
ficción es más poderosa que los lamentos de aquellos que sufren a
nuestro alrededor. No por omisión deliberada, sino por un mecanismo
psíquico que hace que el gran arte se apodere de la conciencia a tal
grado que nos hacemos insensibles a los gritos de los hombres de carne
y hueso. ¡Es una paradoja horripilante! Mi segunda respuesta concierne
a la fractura entre la forma inhumana que tiene un hombre de llevar
sus actividades políticas o públicas y su capacidad para crear
belleza. Nietzsche responde que la belleza está más allá del bien y
del mal. Yo puedo entenderlo por lo que respecta a la música, pero no
con la literatura. No acepto la idea de que el hombre pueda dividirse
en pequeños compartimientos estancos. Para mí, es el mismo hombre el
que por la tarde interpreta a Bach y el que por la mañana tortura en
un campo. Sin duda resulta inexplicable, pero lo que es seguro, en
cambio, es que las humanidades no resistieron a la barbarie. ¡La
música no dijo no! Poco antes de suicidarse, Walter Benjamin escribió:
"La base de todas las obras maestras es la barbarie".

–A usted le gusta repetir la frase de Goethe: "La cultura pertenece a
muy pocos…"
–Uno no se siente con ningún derecho de decirle a un matemático que no
entiende lo que hace. Se admite que se dirige a una pequeña elite.
¿Con qué derecho se podría afirmar que cualquiera puede "hacer"
provecho de Hegel, Kant o Descartes? ¡No, lo lamento! Dios fue muy
injusto, habría podido distribuir a todo el mundo los mismos talentos,
¡pero no lo hizo! Nadia Boulanger decía: "¡Muéstrenme un niño a los
cuatro años y yo les diré si tiene una oportunidad!". "Justicia
social, pequeña justicia": una frase terrible pero bastante verdadera.

¿Y si Godot no viniera jamás?
–En Presencias reales (Siruela) afirma que sin creer en una
trascendencia la humanidad gira en el vacío.
–Frente a alguien que me dice ser un ateo absoluto me quito el
sombrero. Pero si se le despierta en la mitad de la noche para
anunciarle la muerte de sus hijos en un accidente automovilístico, él
debe tener el valor de decir: "Es horrible para mí, pero sin ninguna
importancia estadística, simple y sencillamente caí en la casilla
equivocada". Frente a alguien que es creyente también me quito el
sombrero. En cambio, no me satisface para nada aquel que declara que
ninguna persona seria podría plantearse la cuestión de la existencia
de Dios. Si esta cuestión ya no se planteara, aunque sólo fuera para
responderla negativamente, posibilidades de música, de literatura y de
pintura ya no estarán a nuestro alcance. Mi hipótesis, pero no se
trata más que de una hipótesis, es que la gran arquitectura del arte
occidental era religiosa, en el sentido amplio del término. Samuel
Beckett es una figura clave de la transición, nos invita a
reflexionar: "¿Y si Godot no viniera jamás?". Pero la pregunta aún se
plantea: Godot puede regresar. Es perfectamente concebible que surja
un arte sin reafirmación, sin la afirmación postrera que sería una
cierta posibilidad trascendente. Se entrará entonces en un universo
completamente imprevisible.

"No hay que negociar las pasiones"
–"Mis errores también son derroches de amor", dice usted en Errata. ¿A
qué errores se refiere?
–Me he equivocado con frecuencia, en particular en mis juicios
estéticos, pero esto ha sido siempre por pasión. Por ejemplo, durante
cierto tiempo creí que El cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrell,
sería la obra más importante de la novela inglesa moderna.
Probablemente me equivoqué. Pero eso no es lo esencial. Lo peor para
el amante de las artes y las letras es tratar de apostar sólo por los
ganadores. No se deben negociar las pasiones. Jamás hay que
justificarse. Hay que tener el valor de cometer grandes errores.
Heidegger decía: "Allí donde hay un gran pensamiento, hay grandes
errores". Los suyos fueron, sin lugar a dudas, un poco demasiado
grandes, pero ése es otro debate.

–Y entre sus errores, si se quedara con uno solo…
–No haber comprendido que la gran poética de la segunda mitad del
siglo XX sería la del cine. Y, asimismo, no haber medido la inmensidad
del impacto de la web sobre todos los aspectos de la sensibilidad. En
el futuro será necesaria otra poética distinta a la de Aristóteles.
Estoy seguro que llegará.

François L'YVONNET
(c) Le Magazine Littéraire

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