Creo que es una buena hora de empezar a pensar (nos) intentando aunar
esfuerzos, conocimientos, voluntades para propiciar cambios que nos
beneficien a todos.
Por esto aplaudo esta iniciativa...
e invita a sumarse...
El rol del intelectual, del activista, del agitador es ser un SUJETO
CRITICO y a esto invita este MANIFIESTO.
Por una nueva imaginación social y política en América Latina (Manifiesto)
Reconocer que los seres humanos hacemos nuestra propia historia en
circunstancias que no hemos escogido implica asumir el desafío de
construir y darle potencia a voces que procuren intervenir en lo que
será nuestro futuro. Urge contribuir a edificar nuevas formas de la
imaginación porque nuestras economías y nuestras políticas son una
encarnación de las coacciones que aceptamos como límites de nuestros
pensamientos y aspiraciones. Traspasar las fronteras instituidas,
socavar los cimientos sobre los que se erigen las desigualdades
contemporáneas, es un desafío colectivo al que deseamos contribuir.
Reconocer que una gran parte de nuestros linajes teóricos, con
epicentro en el viejo mundo, son a la vez indispensables e inadecuados
para los mundos que vivimos, nos impulsa a multiplicar las redes
latinoamericanas y a intensificar los esfuerzos para consolidar una
geopolítica del conocimiento sur-sur. Conocimientos que no reniegan de
muchos de los aportes decisivos de Occidente pero, al buscar un
descentramiento, rechazan toda pretensión de jerarquía y preeminencia.
El conocimiento no sólo es situado sino que es terreno de innumerables
disputas y tiene efectos constitutivos en el mundo.
Somos plenamente conscientes de las actuales tensiones económicas,
sociales y políticas que atraviesan América Latina y nos encontramos
heterogéneamente enredadas en ellas. No podría ser de otro modo, ya
que renunciamos a forzar una idea uniforme de nuestra región. La
potencia política de América Latina no emanará de limitar la
conceptualización de nuestra heterogeneidad. Necesitamos multiplicar
las articulaciones sin ninguna fantasmagoría unificante. Nuestra
apuesta, por tanto, es por un pluralismo contextual situado como una
alternativa a los relativismos absolutistas y los totalitarismos
hegemónicos. Aunque las definiciones dominantes tienden a sedimentarse
y a menudo escapan del orden de lo discutible, los incesantes cambios
acicatean los trabajos de la imaginación social.
De hecho, el siglo pasado se cerró en un momento especialmente
calamitoso para nuestra región, dominada por el neoliberalismo que
vino a desarmar algunos de los logros de nuestras sociedades. Con
diferencias entre uno y otro contexto, puede afirmarse que el
post-neoliberalismo ha sido una nueva tendencia en varios países de la
región. Si bien en ciertos países el neoliberalismo mantiene intacta
su hegemonía cultural, también es cierto que en otros países ha
entrado en crisis. No usamos ese término porque se hubieran revertido
las políticas neoliberales en el continente, sino porque su coacción
imaginaria -que contraindicaba reclamos de clases, políticas sociales
universales, nacionalizaciones y estatizaciones, regulaciones
públicas- entró en crisis como única referencia a partir de la cual un
discurso público podía pretender audibilidad.
Sin embargo, no compartimos tampoco una misma mirada acerca de los
"nuevos gobiernos" o el llamado "giro a la izquierda" sudamericano, ni
creemos importante esforzarnos por hallar esa mirada compartida.
Cualquier logro en mayor democracia efectiva, mayor soberanía, mayor
igualdad, mayor justicia nos resulta relevante, porque nos preocupa la
vida real de las personas concretas. Por ello, valoramos y defendemos
los complejos procesos históricos que sacuden sentidos comunes,
hegemonías culturales, y han hecho posible que un indio, una mujer o
un obrero hoy sean presidentes. No porque ellos no puedan equivocarse,
sino porque tienen el mismo derecho a acertar y a equivocarse que los
varones blancos.
Quienes escribimos este manifiesto hemos percibido de maneras
disímiles estos procesos. Nos unen, sin embargo, utopías de una
igualdad heterogénea, de una libertad no sólo individual sino de
colectividades, de una justicia no sólo como institución, sino como
una práctica permanente en la vida cotidiana. Y nos une la convicción
de que, para alcanzar igualdades, libertades y justicias, necesitamos
mirar, simultáneamente, los imbricados planos de marcaciones de clase,
de raza, de etnicidad, de género, de sexualidad, de generación y de
lugares. Los modos específicos en que se entrecruzan en cada contexto
local, regional o nacional y sus espectros también presentes en
nuestras universidades.
La clase, convertida en un fetiche, secuestró los debates
intelectuales en América Latina durante varias décadas, pero hoy
observamos con preocupación que el descentramiento y su
desestabilización como agente prioritario ha conducido a una amnesia
de la misma y a minimizar su potencia teórica. En un contexto de
hegemonía capitalista a lo largo de todo el planeta, la reflexión
sobre las clases sociales sigue siendo urgente bajo la premisa de su
involucramiento con otros factores sociales y su inevitable
contextualización. No ser deterministas no implica evadir de modo
persistente las tendencias y articulaciones históricas concretas, ni
desconocer la existencia de confrontaciones que aluden a lenguajes
sociales, que corren el riesgo de ser actualmente los clivages
negados.
El capitalismo sigue siendo un sistema que genera desigualdad y
explotación social, que no respeta nada ni a nadie en su voluntad de
expandirse, se alimenta de la violencia y el exterminio de gentes y
entornos naturales, instalando subjetividades frívolas basadas en el
consumo y en simulacros de todo tipo. Sin embargo, hoy el capitalismo
se legitima con la máxima de que la producción y el extractivismo a
gran escala son los únicos medios para mejorar la distribución. Es
peligroso observar cómo dicho precepto está llegando a naturalizarse.
Las miserias cotidianas en América Latina contribuyen paradójicamente
a hacer permeable toda épica productivista y extractivista. Es
evidente que dicha narrativa es de un cortoplacismo pasmoso. Es cierto
que el aumento de los productos exportables puede arrojar algunos
beneficios desiguales en las sociedades. Incluso es cierto que si
perspectivas neodesarrollistas acentúan políticas redistributivas
efectivas los beneficios inmediatos para muchas familias pueden ser
significativos. Sin embargo, negar que el productivismo y el
extractivismo, con su invisibilización de los efectos ambientales,
sociales y culturales, constituyen una nefasta ideología implica
resignarse o celebrar los límites de la imaginación política
contemporánea.
Esos límites implican creer que la justicia y la igualdad son
exclusivamente un problema económico, cuando no puede haber mayor
igualdad sin una revolución en las relaciones de clases, en los modos
de clasificar a los miembros de nuestras sociedades en términos de
sexo y género, en términos de raza y etnicidad, en términos de
territorios y tradiciones. Hasta tanto no haya una redistribución del
poder y de la imaginación social acerca de las posibilidades de acceso
al poder, los enormes y sacrificados logros que nuestras sociedades
puedan obtener estarán acotados y serán más vulnerables.
Así, los procesos de exclusión no podemos limitarlos a dimensiones
estrictamente económicas o de derechos políticos, dado que
comprendemos la sociedad a través de los anudamientos de los
significados de las materialidades, las economías de los deseos, las
frustraciones y las humillaciones. A nuestro juicio, las distinciones
tan habituales entre las dimensiones o esferas -económica, política,
social, sexual, cultural- pueden ser consideradas más o menos útiles a
la hora de los análisis. Pero es muy evidente que en la vida social
estas dimensiones se encuentran imbricadas. El género es también
economía; el nivel de ingresos está racializado en nuestros países; la
clase es una forma de vida.
Por tanto, para abordar estos procesos de exclusión no son suficientes
discursos de la "inclusión" que parcelan el mundo en particularismos y
políticas de la identidad fragmentadas que no toman distancia crítica
del socavamiento de la potencialidad de las movilizaciones políticas
conjuntas debido a las prácticas desarticuladoras que se han
objetivado en marcos institucionales y de reconocimiento de derechos.
Las frustraciones de la modernidad eurocentrada que han sido
evidenciadas en las últimas décadas han derivado en una serie de
apologías a opciones anti-modernas donde indianidades orientalizadas
aparecen como salvadores nativos ecológicos y transparentes garantes
de privilegios epistémicos y políticos. No puede imaginarse un
proyecto democrático que no sea constituido por las perspectivas que
han sido subalternizadas por los modelos autoritarios de modernidad,
pero las modernidades son mucho más densas y heterogéneas de lo que
aparece en las narrativas anti modernas que hoy circulan. Estas
desconocen no solo cómo las modernidades son sus condiciones de
posibilidad, sino también el horizonte mismo de la 'política' y de la
'utopía'. Más que narrativas que desechan ilusoriamente y de tajo una
supuesta modernidad monolítica, necesitamos que las atrocidades
civilizadoras que se han impuesto en nombre de la modernidad, no nos
lleven a la simplificación de invisibilizar sus contradicciones y
potencialidades.
En nuestros mundos académicos se percibe la reemergencia de una
asepsia cientificista, que pone el énfasis en la productividad, los
índices y otras formas de cuantificación como si tales mecanismos
validaran las sospechas de una abstención respecto de las políticas de
la teoría y los procesos de transformación social. En sus antípodas se
erige una epistemología populista que idealiza los sujetos sociales,
abdicando el análisis situado de sus contradicciones y legitimando
descontextualizadamente el habla de los subalternos. Una política de
la teoría construida desde la periferia requiere de un contextualismo
radical que no rinda homenaje ni a la despolitización ni al amor
acrítico. Un contextualismo radical que no acate ni desoiga a priori
lo que distintos movimientos sociales proponen, sino que se tome
tiempo para tomar en serio sus reclamos, para entender qué demandan,
por qué y con qué efectos.
Frente a las asfixias de las narrativas teleológicas del pasado que
juran certeza de sus propios pronósticos, se ha instalado la moda que
coloca en el trono a la incertidumbre y a una concepción de la
contingencia que se confunde con el puro azar. Resulta crucial asumir
que los derroteros sociales y políticos no son naturales ni
necesarios, pero tampoco descarnadamente arbitrarios. Allí la noción
de "contingencia" realiza una contribución decisiva que no se confunde
con el indeterminismo. El entierro de las nociones de causalidad
mecánicas no puede trasladar al basurero de la historia la noción de
que los contextos establecen un límite de lo posible, así como
instituyen modalidades hegemónicas de confrontación.
El entusiasmo que desató el llamado "giro cultural" de fines del siglo
XX, habilitó el pasaje del viejo reduccionismo economicista a un
festín de símbolos desustancializados de un nuevo culturalismo. Este
reduccionismo a lo cultural dejó de lado la estrecha relación de la
significación con la organización de la vida económica y las prácticas
políticas. La esterilidad de esta desvinculación confunde una
distinción analítica con una distinción ontológica. La clave del
estudio de lo cultural está en la búsqueda de las conexiones e
influencias de todos los factores de la vida social. El problema es
que muchas veces las políticas culturales quedan atrapadas entre una
visión sustancialista del arte que lo propone como salvación
incuestionable a los vacíos espirituales de la contemporaneidad y una
visión instrumentalista que solo intenta medir su impacto económico y
sus efectos sociales. El arte y las prácticas simbólicas tienen la
valiosa potencialidad de poner en cuestión imaginarios socialmente
asentados, aunque no debe olvidarse que también pueden ser vehículos
de reificaciones y cerramientos estetizantes.
Los lenguajes del poder son múltiples e intervienen diferencialmente.
Pero lo cierto es que las lógicas del sentido común son abordadas,
socavadas, enfrentadas no sólo por grandes discursos y grandes obras,
sino por el arte, la música, las historias locales, por silencios, por
la quietud, por miradas desviadas. Si bien las metáforas teleológicas
son muy antiguas, invitan a pensar hacia adelante. Tornan inaudibles
las voces de los nostálgicos, de aquellos que sienten en sus cuerpos
que todo tiempo pasado fue mejor. Nosotros escogemos mirar hacia atrás
pero no con el deseo de regresar. No porque creamos en alguna dura
linealidad de la historia. No porque pensemos que exista algún tipo de
evolución necesaria. No porque, en sus contextos, no podamos valorar
los logros que muchas de nuestras sociedades han obtenido. Sino
simplemente porque sabemos que la historia es cambio y que la
nostalgia es sólo un modo de intervención para configurar futuros
inexorablemente específicos.
La hendidura que erosione esta dicotomía pretende comprender las
diferencias contextuales. Necesitamos transformar los horizontes del
debate, los límites sedimentados de los modos convencionales de
conceptualizar y articular lo social a una nueva imaginación política
y social radicalmente contextual de América Latina. Necesitamos
confluir y enredarnos con todos aquellos que desde las movilizaciones
sociales y las organizaciones políticas, las instituciones
universitarias y las diversas formas de producción de conocimiento,
trabajan cotidianamente para desestabilizar las certezas de lo
inevitable, del cinismo paralizante, en aras de ampliar las fronteras
de lo pensable, de lo decible, de lo que es dado hacer y transformar.
Multiplicar y potenciar esas capacidades y esas vinculaciones para la
construcción de un poder que despliegue una imaginación instituyente,
que potencie nuestro sur con otros sures apuntalando las
construcciones cotidianas e institucionales de mayor igualdad,
democracia sustantiva y justicia social.
19 de marzo de 2014
Karina Bidaseca (IDAES, Universidad Nacional de San Martín, Argentina)
Alejandro Grimson (IDAES, Universidad Nacional de San Martín, Argentina)
Eduardo Nivón Bolán (Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa, México)
Mareia Quintero (Universidad de Puerto Rico)
Eduardo Restrepo (Universidad Javeriana, Colombia)
Víctor Vich (Pontificia Universidad Católica- IEP, Perú)
***
Juan Ricardo Aparicio (Universidad de los Andes, Colombia)
Alba Elena Ávila González (Universidad Autónoma
Metropolitana-Iztapalapa, México)
Angélica Bautista López (Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, México)
Federico Besserer (Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, México)
Diana Bocarejo (Universidad del Rosario, Colombia)
Claudia Briones (Instituto de Investigaciones en Diversidad Cultural y
Procesos de Cambio-UNRN/CONICET, Argentina)
Santiago Castro (Universidad Javeriana, Colombia)
Claudia de Lima Costa (Universidade Federal de Santa Catarina, Brasil)
Marisol de la Cadena (Universidad de Davis, EEUU)
Alejandro de Oto (INCIHUSA- CCT MENDOZA- CONICET, Argentina)
Mayra Chávez Courtoise (Instituto de Perinatología, México)
Francesca Denegri (Pontificia Univeridad Católica del Perú)
André Dorcé Ramos (Universidad Autónoma Metropolitana-Cuajimalpa, México)
David Durand Ato (Escuela Nacional Superior de Bellas Artes del Perú)
Tomás Ejea Mendoza (Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco, México)
Arturo Escobar (Universidad de Carolina del Norte-Chapel Hill, EEUU)
Alexandra Hibbett (Pontificia Univeridad Católica del Perú)
Liliana López Borbón (Universidad de la Comunicación, México)
Felix Lossio Chavez (Universidad de Newcastle, Reino Unido)
Dorian Lugo (Universidad de Puerto Rico)
Fanni Muñoz (Pontificia Universidad Católica- IEP, Perú)
Raúl Nieto Calleja (Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, México)
Ángel G. Quintero (Centro de Investigaciones Sociales, Universidad de
Puerto Rico)
Rossana Reguillo (ITESO, México)
Malena Rodríguez Castro (Universidad de Puerto Rico)
María Graciela Rodríguez (IDAES, Universidad Nacional de San Martín, Argentina)
Gustavo Lins Ribeiro (Universidade de Brasília)
Axel Rojas (Universidad del Cauca, Colombia)
Ana Rosas Mantecón (Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, México)
Pablo Sandoval (Instituto de Estudios Peruanos)
Delia Sánchez Bonilla (Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, México)
Marta Sierra (Kenyon College, US)
Ricardo Soto (Universidad Nacional del Centro del Perú, Huancayo)
Maritza Urteaga Castro Pozo (Escuela Nacional de Antropología e
Historia, México)
Rosalía Winocur Iparraguirre (Universidad Autónoma
Metropolitana-Xochimilco, México)
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