sábado, 10 de octubre de 2009

Recordando a Nicolàs en un dìa de libertad...

 Justo hace un año se nos iba nicolàs...
 y como esas paradojas del destino el primer aniversario de su partida se discuteìa (y horas màs tarde se aprobarìa) en el senado la Ley de Medios ( que tanto ha dejedo para pensar y reflexioanr sobre la condiciòn democràtica de los argentinos y esa tendencia fascista alimentanda por los grandes imperios mediàticos, pero es otro tema ese y tendrà espacio aquì)
Todo lo que hubiera aportado el gran Casullo a esta situaciòn que tantas imàgenes y conceptos - màs allà de estar a favor o en contra de la ley- nos ha dejado y que creo deberemos ir analizando con el correr del tiempo.
Es por ello que desde aquì, desde este humilde lugar le rendimos homenaje a quien cultivò la figura de intelectual haciendo lo que debe hacer un intelectual comprometido con su  tiempo y su espacio y  quien fue un gran docente, un tipo que desde el estrado era capaz de trasmitir conceptos, ideas y pasiones....Porque que otra cosa es el pensamiento sino eso?
El lo hizo apasioandamente y fue uno de los mejores de su clase.
Por ello rendimos homenaje a Nicolàs con este sentido escrito que Ricardo Forster escribiò ayer en Pàgina/12.
Y lo subimos hoy porque me parece que es un idea interesante para hacerlo ya que desde hoy este paìs, sus medios y su cultura no sera la misma. Para bien o para mal pero serà distinta y lo bueno es que vamos a estar en la primera fila para verlo, analizarlo y algunos vivirlo apasionadamente.
Saludos querido Nicolàs donde quieras que estès, tus libros aquì en mi  biblioteca siguen alumbrando ideas y ofreciendo nuevas reflexiones...
Y eso es lo mejor que podes haber hecho.
 
 
 
 
Nicolás, un 9 de octubre
Por Ricardo Forster
Por esos extraños juegos del destino, de esos que siempre lo
fascinaron hasta perseguirlos por las lejanías de la historia, de la
literatura y de la filosofía, el mismo día en que la Cámara de
Senadores se apresta a discutir y votar la ley de medios, un día
demasiado esperado, luchado y trajinado durante veintiséis años, en
este viernes seguramente memorable me descubro tocado por la
melancolía y la tristeza de su ausencia, de la que precisamente se
cumple un año en esta jornada que, como él diría entre la seriedad y
la broma, lleva todas las marcas del destino nacional, de ese que
hubiera recordado con acento borgeano. Pero también puedo palpar, bien
adentro, la felicidad del amigo insistiendo entre nosotros con sus
ideas, con la risa rea y sobradora, que imagino, de quien nunca dejó
de prestarles atención a esos signos inesperados, a esos azarosos
encuentros que forman un acontecimiento.
 
Tristeza y alegría de una amistad invalorable, profunda, fraterna y
deudora, como una maravillosa donación, de pasiones intelectuales y
políticas, de esas que se desplegaron en los pasadizos de una historia
que nos atravesó con sus promesas y sus fracasos, con sus esplendores
festivos y sus hecatombes, con los añorados arraigos y los destierros.
Una historia, la de él, que es la nuestra por herencia y deseo, esa
que supo transmitir como ninguno entre las palabras extraídas de su
memoria callejera y erudita, de fervores amasados con la arcilla del
barrio, de la gloria futbolera, de picados entre faroles tangueros y
calvarios racinguistas, pero que también supo de los encuentros con
las lenguas de la poética emancipatoria, de la militancia, de las
utopías redentoras entramadas con antiguas liturgias metodistas y
vastas lecturas bíblicas en increíble alquimia con Fanon y Sartre, con
el profeta Isaías y León Trotsky, con Hölderlin, el poeta del
crepúsculo de dios, y Julio Cortázar, con la melancolía mesiánica de
un Walter Benjamin y la escritura urgente e imperiosa de un Rodolfo
Walsh. Como si siempre hubiera sabido que las cosas importantes, esas
que dejan huella, nos exigen el desparpajo de entrelazar a Borges con
el gordo Cooke, a Perón con Sófocles, a Thomas Münzer con Evo Morales.
Amasijo lúdico de escrituras de la vida y de las ideas atravesadas por
el reclamo de la revolución. Lecturas desasosegadas del tiempo otoñal,
ese tiempo de la revisión y de la autocrítica, de la inquieta
indagación por aquellos legados duramente sacudidos por los golpes de
una historia inclemente capaz de llevarse vidas entrañables junto con
ideas galvanizadoras de militancias sobrecogidas por la sed de
justicia e igualdad. En Nicolás el atardecer de la revolución se
convirtió en tema de honda y decisiva indagación; para él, atravesado
por su biografía y por las ideas de un tiempo excepcional, se trató de
seguirles la pista a esos legados para proseguir, bajo nuevas
condiciones y sin las antiguas certezas, por los arduos caminos de un
pensar comprometido con la lengua tartamuda de la emancipación.
 
Nicolás vivió sacudido por la pasión argentina; nunca dejó de añorar
una geografía de remansos y de mesuras mientras se sumergía en el
torbellino de una historia capaz de girar alocadamente sobre sí misma
para ofrecernos la imagen inverosímil de un país siempre en estado de
urgencia e incompletitud; de un país capaz de sacudirnos el letargo
para devolvernos, inesperadamente, a la intensidad de la política, de
las plazas y de los arrebatos nacidos de viejos y nuevos reclamos, de
antiguas y nuevas promesas. Con su mirada astuta y socarrona, no
dejaba de observar, no sin ciertas reticencias nacidas de otras
travesías por mares tempestuosos y devoradores de navíos y de
náufragos, las anomalías de este tiempo argentino, en especial esa que
viniendo del Sur llegó a inquietarlo profundamente al confrontarlo con
sus propios arcanos setentistas. Algo loco y extraño, algo a destiempo
y anacrónico venía a romper la inercia de un país en estado de
catástrofe, de un país atravesado de lado a lado por la noche de la
neobarbarie cultural capaz de multiplicar hasta el hartazgo las voces
del cualunquismo autóctono, ese que casi siempre, en las distintas
estaciones de la historia nacional, vino a expresar los fervores
virtuosos de nuestras clases medias.
 
Nicolás, nacido y criado en Almagro, descendiente de tanos del Ligure;
hijo de un amante de la ópera y del radicalismo gorila, y de una madre
devota de Evita, descendiente de un extraordinario pastor metodista,
uno de los dueños del negocio de la naranja en el Abasto y escritor
arrebatado por la lengua teológica y salvífica. Nicolás, su nieto y
heredero, habitante del corazón porteño, nunca dejó de sentirse
profundamente incómodo por la verborragia insoportablemente arribista,
mediocre y racista de sus propios vecinos de barrio. Pero, y así de
extraña es la vida, nunca dejó de sentirse a gusto en esas calles
gardelianas que inspiraron su novela El frutero de los ojos radiantes,
fresco de una Argentina entre la promesa y el desastre, entre la
ilusión libertaria y el Apocalipsis. Con ese amasijo contradictorio se
fue conformando la peculiar sensibilidad de este porteño medular y
añorante de una ciudad perdida e imposible. Tan fuerte sería su
arraigo a ese barrio que al retornar del exilio mexicano sus pasos lo
llevarían, con la inexorabilidad marcada por los signos zodiacales,
nuevamente hacia Almagro.
 
Casi desde el inicio, Nicolás se sintió atraído por lo inaugurado en
mayo de 2003, pero no atraído en el sentido de quien simplemente se
deja llevar por el entusiasmo ciego. La atracción que en él despertó
Kirchner, su excepcionalidad, corrió pareja con su permanente
interrogación crítica, con sus palabras que podían cruzar el apoyo
directo y furibundo ante la avalancha de gorilismo racista
clasemediero para tornarse, inmediatamente, en cuestionamiento de los
límites de un proyecto que tenía mucho de tienda de los milagros o de
armada brancaleone, pero que también le ofrecía la imagen de una
gramática plebeya y entrañable allí donde nos permitía sacudirnos de
la barbarie de los noventa. Mirada irónica que sobrevolaba una escena
en la que las épocas parecían arremolinarse, en la que las memorias
del pasado volvían a disputarse en el laberinto del presente. Nicolás
pudo intuir lo espeso del aire de época. Pudo anticipar, cuando
todavía no se vislumbraba en el horizonte la maroma agromediática, que
se avecinaban tiempos conflictivos porque, entre otras cosas, el
kirchnerismo había tocado algunas fibras íntimas del poder, de ese que
se tragó el gesto inaugural del cuadro descolgado de Videla, que dejó
hacer hasta que, recuperado de su inicial estupor y de sus propias
necesidades de recomposición, volvió, como otras tantas veces en el
pasado, a cargar sin contemplaciones y apoyándose en lo irresuelto de
2001, en ese fondo viscoso que Nicolás pudo describir con ojo
anticipatorio cuando mostró su fino escepticismo ante la "rebelión de
las clases medias de Scalabrini Ortiz y Santa Fe". Leyendo algún
reportaje que le hicieron en 2007 puedo comprobar que, aunque sin
tener la certeza de su acontecer futuro, ya intuía llegado el tiempo
de la revancha contra el "insoportable plebeyismo populista".
 
Para él, como para muchos de nosotros, el kirchnerismo implicó una
anomalía, aquello loco e inesperado que venía, junto con otros
procesos abiertos en Suda-mérica, a quebrar la inercia de la
repetición neoliberal, a romper la monotonía insoportable de la larga
siesta del fin de la historia proclamada a los cuatro vientos por la
retórica de la dominación. Sus ensayos sobre el populismo, su intento
de volver a abrir la caja de Pandora de una tradición bombardeada por
las nuevas formas del virtuosismo republicano vinieron a expresar su
convicción, forjada entre lecturas eruditas de matriz benjaminiana y
de experiencias políticas efectivamente vividas en otras épocas
argentinas, de que la querella en torno del populismo, de sus
herencias y legados sería una de las grandes batallas
cultural-políticas del presente. Remoción de los escombros de una
tradición que parecía regresar bajo nuevas e inéditas condiciones,
apertura de un debate con aquellos que vulgarizaban de un modo
insoportable lo que en los años sesenta y setenta había constituido
una verdadera pasión argumentativa. Nicolás, como siempre aunque con
las cicatrices de otras batallas, se movió contracorriente, dirigiendo
sus dardos más críticos e irónicos contra un neoprogresismo fascinado
con la retórica de un republicanismo seudovirtuoso y profundamente
olvidado de los olvidados de la tierra; de un progresismo vaciado y
fascinado por la llegada al puerto del libre mercado y de la
democracia liberal. El vio en lo inaugurado en mayo de 2003 la
posibilidad de la reintroducción desordenada y plebeya de la política
y del conflicto en una escena devastada por la neobarbarie
massmediática y el cualunquismo de los "filósofos de época" portadores
del virtuosismo propio de los republicanos de Barrio Norte.
 
Pero lo que también apreció con ojo crítico, no exento de cierto
pesimismo civilizatorio, fue la profunda y decisiva transformación
cultural que desplegó el capitalismo neoliberal. Una transformación
anclada fundamentalmente en los lenguajes massmediáticos, verdaderos
exponentes de la estetización de la política y de la vida cotidiana en
términos de un discurso que redefinió imaginarios e identidades
sociales, al mismo tiempo que proyectó nuevas formas de subjetividad
atravesadas y horadadas por la naturalización de los valores emergidos
de la lógica del mercado y de sus necesidades. No sólo se trató de un
giro economicista, del dominio de la gramática de la mercancía, sino
que, más intenso todavía, lo que se puso en escena fue el
desplazamiento de la vieja política y de los partidos que expresaron
tradicionalmente al poder y a las derechas, para dejar su lugar, ahora
sí y de un modo complejo y novedoso, a las corporaciones mediáticas
que pasaron a ser, según su opinión, la emergente derecha de la época,
el núcleo disparador de los arquetipos culturales que giran alrededor
del ciudadano-consumidor, forma elegante para nombrar lo que en
palabras de Nicolás no sería otra cosa que el cualunquismo de clase
media. Una derecha innovadora que logra meterse en la vida íntima de
los individuos al mismo tiempo que logra calar hondo en el sentido
común. En esos complejos dispositivos de los medios de comunicación de
masas vio Nicolás lo propio de estas últimas décadas. Tal vez, y
apelando de nuevo a los enigmas del destino, no resulta casual que el
viernes 9 de octubre se crucen los caminos de una vida intensa y
lúcidamente vivida con la jornada histórica en la que se dirimirán, en
el Senado, los días por venir, esos que con pasión crítica siempre
intentó pensar Nicolás Casullo.
 
 
Saludos y buen finde....
 

2 comentarios:

  1. Aquí tengo, desprolijo y ajadito, añejo y desfechado, un módico recorte de unas declarac. de Nicolás Casullo a La Voz.
    Para arrancar este domingo, para que también vos desayunes con él, quiero compartirlas con vos:

    Lo primero que intelectualmente amé es la escritura, la novela, el cuento, el poema que leía. Las distintas respiraciones de las palabras, los fondos oscuros por debajo de las palabras, los agujeros entre las sílabas como sonidos en los ojos. Después de mi palabra escrita, como un fluir que se me daba. Allá por los 15 años dejaba de leer y tenía una desesperada necesidad de escribir, de ver mi letra, de conquistar una oración. No simplemente de escribirla, si no de lograrla...

    Gracias por tu cariño y tu generosidad, exquisito delacruá! Exquisito como Casullo.

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  2. ese comentario me lo mando mi querida gloria borioli y lo queria compartir con vosotros ya que los dos disfrutamos de aquellas clases con casullo...
    buen dominico

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