lunes, 19 de enero de 2009

Carlos Gorriarena: in memoriam

El viernes pasado se cumplieron dos años de la muerte del gran artista
plàstico Carlos Gorriarena y leyendo estas palabras de Luis Gusmàn me
dieron ganas de recordarlo en este espacio.
Un grande de nuestra plàstica, un hombre con un compromiso y una
coherencia notables. Ademàs de artista excepcional.
Recuerdo hacerlo conocido en su ultima muestra en Còrdoba en el Museo
Caraffa y alli ademàs de impresionarme sus pinturas me fascino su
humildad y su bonomìa.
Por eso rescato estas palabras de Gusmàn que rescata su frontalidad y
su buena amistad.
Por que de eso se trata esta vida no?
Donde quieras que estees Gorri gracias por tu arte que nos quedarà a
todos para disfrutar y por los amigos que has dejado que te recuerdan
de esta bella forma.

Un secreto a voces
Por Luis Gusmán *
Se supone que la amistad necesita del tiempo. También que a cierta
edad de la vida no se pueden hacer nuevos amigos. Mi amistad con
Gorriarena contradice estos dos enunciados. Nos conocimos en el año
2001, gracias a Raúl Santana. Me acerqué a él por su obra y me
encontré con el hombre. Suele pasar. De inmediato nos hicimos muy
amigos. A partir de entonces frecuentamos el restaurante Vasco Fermín.
Algunas veces cambiábamos por El General. De puros peronistas, nomás.
Al trío, se agregó Jorge Jinkis. Las noches cargadas de anécdotas y de
vino se prolongaban hasta la madrugada. En esas cenas, hablábamos de
política, de pintura, de literatura y de mujeres. Era un partido de
truco sin cartas. Se formaban parejas y con picardía buscábamos que
alguno soltara la lengua.

Nuestro último encuentro fue en el Centro Vasco Francés. Gorri nos
había regalado, tanto a Jorge como a mí, un retrato de Freud. Su
generosidad no encontraba retribución. Quiero decir, la prodigalidad
de no "administrar" su obra. Sus cuadros circulaban como sus palabras.
Aquella noche de diciembre del 2006 quedamos en volver a encontrarnos
en La Paloma, para celebrar nuestros respectivos cumpleaños. Miento si
digo que Gorri faltó a la cita. Es cierto, su cuerpo no estaba. Pero
en el cielo, el mar, las casas, estaban los colores de su pintura. Su
voz, me acompañó ese verano. Me había comprado un regalo y mi
curiosidad no satisfecha fue una manera de tenerlo vivo. Yo le había
comprado el libro de John Fante, Espera la primavera Bandini. La
primavera no esperó. Cuando lo despedimos en la Chacarita, habló el
Oso Smoje; el negro Santana murmuró una despedida y una promesa;
Cristina Banegas leyó una carta que Gelman le envío a su amigo. Me
preguntaron si quería hablar. No me salió una palabra.

En el lugar donde escribo tengo una carbonilla de Gorri. Un dibujo de
su madre que lleva un traje y un sombrerito de época. Dice 1925, la
fecha de su nacimiento. Una versión elíptica de La Piedad.

Gorri tenía dos cualidades que admiro: una, su frontalidad para la
discusión; la otra, carecía de culpa. Una definición de Valéry sobre
Mallarmé me recuerda lo que alguna vez fue un maestro. "¿Pero sabe
usted, siente esto: que hay en cada ciudad de Francia un joven secreto
que se haría despedazar por sus versos y por usted mismo? Usted es su
orgullo, su misterio, su vicio." En el caso de Gorri, esto es un
secreto a voces. Su obra va a resistir al tiempo porque hay algo en
ella que resiste. Y su estilo, se transmite en el apócope "Gorri" con
el que lo nombran los que pasaron por su taller. Gorri, una manera
atenuada de no extenderse hasta el Gorriarena que queda demasiado
grande, demasiado lejano. Pero Gorri no responde ni a la confianza, ni
a la intimidad, sino a su manera de "mirar" el mundo. Por estas, y
otras cosas, ¡cómo no extrañarlo!

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