Aprovechando que el Cine Teatro Córdoba repone Medianoche en París junto con la imprescindible Bleu de Kristof Kielowski dejamos nuestras humildes impresiones sobre la última peli de Allen mientras esperamos con calma su aventura romana.
Si ya la vi a Medianoche en París y no quiere repetir la grata experiencia esta el ciclo de cine frances del Hugo del Carril que vale la pena ( aca dejamos la página donde esta la grilla de pelis http://www.cineclubmunicipal.org.ar/contenidos/2011_09/sec_ciclo_05.php?sec=cine).
Copiamos parte de lo que se publicó en julio de este año en la revista El Vernáculo ( www.elvernaculo.com)
Siempre nos quedará París
Allen sorprende con una grata película: Medianoche en París.
Variaciones en torno a la nueva aventura europea de Woody Allen y su preciosa Medianoche en París.
Puede gustar más o menos este director y sus últimas propuestas parecen haber engrosado la lista de detractores que aún le exigen al más prolífico de los directores norteamericanos que aún filme como lo hacía en los años 70 y 80. Esto sin tener en cuenta que la vida cambió para todos, incluso para Allen que nunca deja de tener sus marcas autorales a la orden del día en cada película.
Y menos ahora que abandonó su New York natal para pasearse por las ciudades más lindas de Europa filmándolas de acuerdo a sus pasiones, fobias y miradas. En Allen siempre las huellas autorales reverdecen, florecen y dejan una marca indeleble en cada lugar que visita contándonos siempre variaciones de la misma historia.
Con esta película sucede algo distinto fundamentalmente por la ciudad en que la acción transcurre, ya que nadie puede escapar al influjo que la capital parisina ejerce sobre el visitante en una de sus mejores estaciones. Las horas del verano pasan, seducen y enamoran, pero lo mejor sucede cuando las doce campanadas suenan y nos transportan a una edad dorada donde la bohemia, el arte y las pasiones esta(ba)n a la orden del día.
"Todo tiempo pasado fue mejor" parece estar queriendo decir Allen mientras cada medianoche la magia se apodera de su alter ego (magníficamente interpretado por Owen Wilson y el mejor heredero de la tradición allenesca en todos los sentidos), pero por suerte una mirada al otro lado del camino parece estar marcando una esperanza sobre los tiempos por venir.
Tiempos que deberían heredar alguna pizca de los que marcaron época, crearon vanguardias y propusieron lenguajes estéticos experimentando y sintiendo lejos del cálculo frío o el mercado del arte. Tiempos en que el espíritu colectivo y grupal imperaba en esas calles, en esos cafés y variados bistró donde la noche nunca acababa.
Y es eso lo que esta película invita a conocer en primer término; luego, a pensar y sentir por todos los poros: la vida es arte y debe ser experimentada como tal. Y es en este punto donde Allen sigue estando jovial, activo, portentoso y, porqué no, revolucionario también. En tiempos de vidrieras, tendencias, estilos, él nos propone otra posibilidad, otra puerta que se nos abre por allí y que se consigue con poco (o mucho, según sea el cristal con que se lo mire).
La lluvia, un puente y una canción de Cole Porter son los elementos que invitan a seguir las convicciones y dejar de lado las imposiciones de una industria culturtal carente de sentido. Está es la invitación que nos hace alguien de 75 años que filma una película por año y nos sorprende gratamente cada vez. En tiempos posmodernos y líquidos esto merece celebrarse y aplaudir de pie.
y buen comienzo de mes en donde el cine, el teatro y el arte se pueden disfrutan intensamente en la ciudad.
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